Estamos a punto de terminar el año litúrgico. El próximo
domingo celebraremos la fiesta de Cristo Rey y, dentro de dos semanas,
entraremos en el tiempo de Adviento, con el que iniciaremos un nuevo ciclo.
En estos días, el otoño nos facilita comprobar lo caduco de
la existencia. Y no nos viene mal darnos cuenta de esta perspectiva de la
caducidad, de la mortalidad, que nos obliga a pensar que el tiempo se nos va de
las manos y que la vida es como un reloj de arena que no para un instante hasta
agotase. En definitiva, que no poseemos nada a perpetuidad –incluso ya ni los
nichos del cementerio son a perpetuidad en muchos sitios-.
Por eso que cuando nos acercamos al final del año litúrgico
la palabra de Dios nos invita a vivir el presente estando siempre atentos y
preparados, mostrándonos como mensaje central la segunda venida de Jesucristo,
en poder y majestad, al final de los tiempos, haciéndonos para ello una llamada
a vivir responsablemente nuestra vida cristiana.
Y es que la certeza de la venida del Señor ha de ser un
motivo para vivir con responsabilidad y alegría las ocupaciones diarias, pero
sin olvidarnos de Dios. Es decir, a vivir en gracia de Dios. A hacer el bien y
luchar contra el mal. A estar atentos a las necesidades de nuestros hermanos,
especialmente de los que sufren cualquier tipo de pobreza y necesidad. A luchar
contra la usurpación de la verdad, contra la aniquilación de la vida. A hacer
frente a la manipulación de las conciencias... teniendo presente las palabras de
Jesús, que el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
Tengámoslo claro. En esta vida, a la hora de la práctica, podemos hacer
libremente lo que queramos, tanto a nivel personal, como a nivel político y
social –ya vemos que se legisla y se quiere hacer ver como normal lo que va
contra la mismísima ley de Dios-.... Pero... la última palabra será de Dios, al
que todos, ¡todos! habremos de rendir cuentas un día. Y no sabemos cuando puede
ser ese momento, ya que el día y la hora, nadie lo conoce.
Pidámosle, pues, a la Virgen, que vivamos siempre
preparados, en gracia, para que cuando llegue el momento del encuentro
definitivo con Cristo, bien por la muerte o porque nos pille el fin del mundo,
no nos coja a ninguno desprevenidos.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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