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domingo, 14 de noviembre de 2021

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DXXXVI). Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario



Estamos a punto de terminar el año litúrgico. El próximo domingo celebraremos la fiesta de Cristo Rey y, dentro de dos semanas, entraremos en el tiempo de Adviento, con el que iniciaremos un nuevo ciclo.
En estos días, el otoño nos facilita comprobar lo caduco de la existencia. Y no nos viene mal darnos cuenta de esta perspectiva de la caducidad, de la mortalidad, que nos obliga a pensar que el tiempo se nos va de las manos y que la vida es como un reloj de arena que no para un instante hasta agotase. En definitiva, que no poseemos nada a perpetuidad –incluso ya ni los nichos del cementerio son a perpetuidad en muchos sitios-.
Por eso que cuando nos acercamos al final del año litúrgico la palabra de Dios nos invita a vivir el presente estando siempre atentos y preparados, mostrándonos como mensaje central la segunda venida de Jesucristo, en poder y majestad, al final de los tiempos, haciéndonos para ello una llamada a vivir responsablemente nuestra vida cristiana.
Y es que la certeza de la venida del Señor ha de ser un motivo para vivir con responsabilidad y alegría las ocupaciones diarias, pero sin olvidarnos de Dios. Es decir, a vivir en gracia de Dios. A hacer el bien y luchar contra el mal. A estar atentos a las necesidades de nuestros hermanos, especialmente de los que sufren cualquier tipo de pobreza y necesidad. A luchar contra la usurpación de la verdad, contra la aniquilación de la vida. A hacer frente a la manipulación de las conciencias... teniendo presente las palabras de Jesús, que el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Tengámoslo claro. En esta vida, a la hora de la práctica, podemos hacer libremente lo que queramos, tanto a nivel personal, como a nivel político y social –ya vemos que se legisla y se quiere hacer ver como normal lo que va contra la mismísima ley de Dios-.... Pero... la última palabra será de Dios, al que todos, ¡todos! habremos de rendir cuentas un día. Y no sabemos cuando puede ser ese momento, ya que el día y la hora, nadie lo conoce.
Pidámosle, pues, a la Virgen, que vivamos siempre preparados, en gracia, para que cuando llegue el momento del encuentro definitivo con Cristo, bien por la muerte o porque nos pille el fin del mundo, no nos coja a ninguno desprevenidos.

Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.

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