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sábado, 18 de septiembre de 2021

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DXXIX). Domingo XXV del Tiempo Ordinario

 


La experiencia nos dice que prácticamente todos los padres y los maestros aprenden que, para que los hijos o los alumnos capten que se les está diciendo algo importante hay que repetirlo unas cuantas veces. También debía saberlo Jesús, porque hoy repite el mensaje que ya oíamos el domingo pasado, que el Hijo del hombre sería entregado, lo matarían y al tercer día resucitaría.

Y como veíamos el domingo pasado, los discípulos no lo entienden, con la diferencia de que, escarmentados al ver que Pedro se llevó un buen rapapolvo por llevar la contraria a Jesús,  no se atreven a preguntar y se ponen a hablar de otras cosas, especialmente de quien era el más importante de todos, señal de que todavía no se habían enterado de que iba la cosa.  En cambio, Jesús, que sí que se da cuenta de lo que pasa, es el primero en romper el hielo, y les pregunta: «¿De qué discutíais por el camino?»; obteniendo el silencio como respuesta; lo cual debió ser bastante decepcionante para Él; pues aquello demostraba que los discípulos continuaban rigiéndose según los principios mundanos y discutían sobre quién de ellos sería el más importante.

Pues bien,  ante esta situación, Jesús, como buen Maestro, pronuncia un mensaje breve y categórico: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». Y con, esto, ya está todo dicho.

Pero además, a esta frase lapidaria Jesús le añade una imagen: hace venir a un niño, lo pone en medio de todos y se identifica con él, diciendo: «El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí». No era fácil ser un niño en tiempo de Jesús. Niños y niñas no contaban para nada hasta que, a los doce o trece años eran admitidos a la comunidad de los adultos.

Bueno, pues si acogemos la propuesta de vida que nos hace el Evangelio, sabemos que no tendremos una tarea fácil; pero como discípulos que somos, como Iglesia de Jesús, nos pondremos a la escucha e iremos detrás de sus huellas para seguir recibiendo sus enseñanzas. Y así las cosas cambiarán. Seguramente nos llevará toda una vida; pero seguramente será una vida mejor para nosotros y para los que nos rodean.


Mn. Ramón Clavería Adiego,
Director espiritual de Abril Romero.

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