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sábado, 25 de septiembre de 2021

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DXXX). Domingo XXVI del Tiempo Ordinario



Las lecturas de la Palabra de Dios que escuchamos hoy son algo duras de escuchar, porque plantean la exigencia que conlleva el ser discípulo de Jesús, quien, como de costumbre, no se anda con componendas y nos habla claro, dejando patente que Dios no es propiedad de nadie.

Mirad, el pueblo de Israel tenía conciencia de que Dios le había escogido y le amaba. Y era verdad. Pero eso no significaba que Dios no amase también a los demás hombres y a los otros pueblos, pues Él es el creador y el salvador de todos, y llama a todos los pueblos a su amor y amistad.

Y así lo demuestra Jesús, que vino a anunciar el reino de Dios, que es para todos los hombres. Con su palabra y su vida, Jesús rompió todas las barreras que separan a los hombres, todos los prejuicios y enemistades. Su muerte en la cruz fue para la salvación del mundo. Por eso es el redentor de todo el mundo.

Bueno, pues aplicando las lecturas de hoy a nuestra vida actual, tendremos que darnos cuenta de que el Evangelio de este domingo nos habla de saber aceptar a todos, de dejar que  cada uno haga lo que debe hacer si es para el bien, sin envidias ni celos, y sin creernos superiores que vamos salvando la vida de los demás; nos manda hacer las cosas de cada día con un corazón bueno y generoso, como el de Jesús. ¡Pero atención!, eso lo tenemos que hacer sin ser unos creídos. Es verdad que tenemos la suerte de ser cristianos, de conocer a Jesús y de creer en Él. Pero tenemos que saber aceptar también las cosas buenas que tienen los demás, aunque no sean de los nuestros; puesto que en el origen de toda buena obra, está siempre la gracia de Dios. Y lo que os decía: Jesús vino para salvar a todos. A todos. No sólo a los cristianos.

Y dejadme que me fije en un detalle. A veces no nos damos cuenta, pero con nuestro modo de hablar y de actuar, podemos alejar a los demás de Jesús. Eso nos puede pasar a los curas, cierto, pero ninguno estamos libres de decir una palabra de más, o de tener un comportamiento inadecuado en ocasiones, que haga que la gente se aparte de Jesús  y se aleje de la Iglesia... Por eso que, sobre todo nosotros, los que venimos a Misa, deberíamos procurar llevar una vida más ejemplar, y eso, claro, entendido dentro de nuestras debilidades, las cuales tenemos que procurar vencer siempre con la ayuda de Dios. Porque tengamos claro que desde fuera verán más nuestros defectos que nuestras virtudes, y nos vendrán con la eterna cantinela de que los que venimos a Misa somos los peores.

Bien, pues pidámosle a la Virgen María que nos ayude a extirpar de nosotros el pecado, y hoy de un modo especial aquellos pecados que, por obra u omisión, los demás pueden ver en nosotros, y que pueden ser una auténtica gangrena que nos pudra por dentro; y a saber dar a todos los demás un buen trato y un buen ejemplo de auténticos discípulos de Cristo.

Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.

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