Seguramente si alguien nos pregunta cuál es el signo que
mejor nos identifica como cristianos, mayoritariamente responderemos que la cruz.
En esta forma encontramos el recuerdo de la muerte de Jesús, pero aún más, vemos
reflejado el gesto de amor de Dios por nosotros: una entrega hasta el final.
Pero en realidad no fue hasta el siglo IV que se empezó a usar la cruz como
símbolo de la religión cristiana. Hasta aquel momento era habitual usar la
imagen de unos panes, como referencia a la Eucaristía; el dibujo de un pez, ya
que, en griego, la palabra icthys sirve como acróstico, también en griego, de
«Jesús, Cristo, Hijo de Dios y Salvador», y también como recuerdo de uno de los
milagros más conocidos de Jesús, la multiplicación de los panes y los peces;
otra imagen muy frecuente era la del «buen pastor».
Precisamente de esta imagen del buen pastor nos hablan las
lecturas de hoy. Mirad. La imagen del pastor es muy recurrente en la Sagrada
Escritura. En primer lugar, es una imagen aplicable a Dios, el único pastor de
Israel; también se aplica a los dirigentes que Israel que tienen la misión de
guiar al pueblo, y cuya actitud, por cierto, vemos en la primera lectura, del
profeta Jeremías, que es muy criticada, pues
se han alejado de Dios y de las personas que tenían encomendadas, para preocuparse
solo de sus propios intereses. Finalmente, esta imagen de pastor es aplicable a
Cristo, que encarna de una manera perfecta a Dios Pastor, que se compadece de
la muchedumbre, y reúne por la sangre de su cruz, en un solo pueblo, a los
hijos de Dios dispersos.
Esta actitud de
pastor de Jesús, la vemos reflejada en el evangelio de hoy, en el que vemos
cómo Jesús invita a sus discípulos a un lugar tranquilo y de descanso. Sin
embargo, la presencia de las multitudes alrededor de Jesús y de los discípulos provoca
un cambio de planes, y motivado sobre todo por la compasión, pues aquellas
multitudes eran como «ovejas sin pastor», Jesús continúa su enseñanza. Y de
esta manera Jesús muestra que es el buen pastor que conoce a sus ovejas, que
conoce lo más profundo de nuestro ser, nuestros anhelos y dificultades, y sabe
que de los peligros que nos acechan.
Por eso, cada
domingo, y cada día, Jesús nos invita a estar con Él en la celebración de la
Eucaristía, a descansar con Él, a escucharle, a recibirle. Y también, a lo
largo de diferentes momentos del día nos invita a desahogarnos con Él, a
contarle nuestras penas y fatigas, nuestras alegrías, esperanzas, ilusiones.
Pidámosle a la
Virgen María que sepamos buscar el descanso, la paz y las respuestas a las preguntas
de cada día en la Eucaristía del domingo y en la oración, para que así,
escuchando la Palabra de Dios y comulgando el Cuerpo y Sangre de Cristo, se alimente
nuestra fe y nos ayude a dar fruto de buenas obras.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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