Cada
año, tras finalizar el tiempo pascual, dedicamos un domingo especial para contemplar el misterio profundo e insondable
de nuestra fe, que es la Santísima Trinidad. Lo hacemos este domingo, porque
durante el tiempo pascual se ha querido manifestar de una forma especial la
divinidad de Jesucristo, el Hijo amado de Dios Padre. Y el pasado domingo,
domingo de Pentecostés, culminábamos las fiestas pascuales celebrando que el
Padre y el Hijo derramaban sobre el mundo y la Iglesia el don del Espíritu
Santo, la tercera Persona de la Trinidad, el Gran Desconocido, como lo han
llamado muchos teólogos.
Por eso que la solemnidad de
hoy, más que convertirla en una clase de metafísica, conviene que la vivamos
como una celebración litúrgica que nos da a descubrir al Dios vivo y que se nos
hace presente en la vida de cada día.
Y las lecturas de hoy nos
intentan explicar como es la vida de Dios y descubrirla. En la primera lectura
tenemos el primer discurso de Moisés al pueblo de Israel justo al divisar la
tierra prometida, después de cuarenta años en el desierto. Moisés les recuerda
todo lo que ha hecho Dios por ellos. Es el Dios que se manifiesta en la
historia.
En cambio, san Pablo, en la
segunda lectura, de la carta a los Romanos, nos habla de la vida de Dios que
tenemos dentro de nosotros. Una vida que nos ha liberado de la esclavitud (como
decía Moisés) y nos ha hecho libres y que ahora nos empuja. Pero la gran
doctrina de san Pablo es que somos hijos de Dios y somos herederos. Y somos
hijos de Dios gracias al Bautismo que hemos recibido en el nombre del Padre, y
del Hijo, y del Espíritu Santo.
Como os digo: nos encontramos
ante un misterio: ante el misterio de Dios por excelencia. Por eso, más que
rompernos la cabeza intentando desgranarlo, lo que tenemos que hacer es
arrodillarnos ante Él, y dejar que nos envuelva. Penetrar el misterio y
dejarnos penetrar, dejarnos absorber por Él; y desde el fondo de nuestro ser,
repetir constantemente, desde el corazón, y con el corazón en la mano,
uniéndonos a la Virgen María, a San José, a todos los ángeles y santos y a la
creación entera: ¡Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo!
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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