La celebración de
Pentecostés era, para el mundo judío, la fiesta de las cosechas, la acción de
gracias por los frutos de la tierra. El Espíritu Santo es, para nosotros, el fruto
pascual. Pentecostés no es una segunda Pascua, sino que es la culminación del tiempo
pascual, durante el cual hemos contemplado el estallido de la primavera, el verdor
de los campos, el brotar de las vides; ahora contemplamos los campos dorados a
punto para la siega ... Y nos preparamos para recoger el fruto de la Pascua:
que es el don del Espíritu Santo –por algo a Pentecostés se le llama también “Pascua
Granada”-.
Y si las lecturas
de los últimos domingos nos han ido preparando para esta fiesta, las lecturas
de hoy nos evocan esta venida del Espíritu, sobre todo la primera lectura, del
libro de los Hechos de los Apóstoles, que nos habla del día de Pentecostés con las
imágenes del fuego, el viento y el don de lenguas. Esa escena impresionante y
maravillosa que tantas veces ha plasmado el arte mostrándonos a María y a los
Apóstoles recibiendo las lenguas de fuego sobre la cabeza.
Y es que Jesús, vencedor del mal y de la muerte, nos da
su Espíritu para que continuemos su camino, para que llevemos al mundo su amor,
su esperanza, su promesa de vida. Sobre nosotros los creyentes, sobre la
Iglesia y sobre el mundo entero, se ha derramado el fuego de la misericordia de
Dios, que hace de nosotros hombres y mujeres nuevos.
Por eso, ese fuego
del Espíritu tenemos que transmitirlo a los demás para que prenda en ellos, y queme
y arrase con todo lo que estorba en el mundo a los planes de Dios... Ese viento
recio, ese aire de vida divina que respiramos, tenemos que pedir que llegue a
todos los hombres y mujeres del mundo, para que su vida esté «oxigenada» por la
gracia de Dios... Ese estruendo fuerte del Espíritu, hemos de hacer que se
escuche en todo el mundo, asfixiado por tantos y tantos sonidos y palabrería
que no son más que ruido y música de sirenas. Y esa misión, es misión de todos
nosotros, pues ese Espíritu de vida lo hemos recibido todos en el Bautismo y en
la Confirmación, y nos tiene que empujar a trabajar sin descanso por la
evangelización del mundo con nuestro testimonio cristiano, manifestado de un
modo especial en nuestra vida diaria, de cada día.
Que Santa María,
Madre de la Iglesia, nos ayude para que no le pongamos trabas a la acción del
Espíritu en nuestra vida ni le hagamos oídos sordos; sino que le dejemos
envolvernos silenciosa y suavemente, de forma que sea Él, la fuerza viva de
Dios, quien dirija los pasos de nuestra existencia.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Hola, bienvenid@ a Abril Romero. Deje su mensaje o saludo.