Las lecturas de la Sagrada Escritura que proclamamos hoy
hacen referencia, de una u otra forma, a María. En la primera lectura, del
libro del Apocalipsis, se nos muestra como una mujer vestida de sol que tiene
por pedestal la luna, coronada con doce estrellas. De la misma forma, el salmo
nos invita a contemplar a María como Reina adornada con joyas, de pie, a la
derecha de Dios.
Pues bien, a esta Mujer, a esta Reina y Madre, elegida por
Dios, todas la generaciones la felicitamos, porque el Señor ha hecho obras
grandes en Ella y, añado yo, por medio de Ella.
Por eso que hoy, fiesta de la Asunción de la Virgen, todo en
la liturgia nos invita a la alegría y al agradecimiento, porque a través de
María, Dios nos ha concedido la gracia de ser sus hijos y de compartir su mismo
destino.
Y es que en la Virgen María, asunta en cuerpo y alma a los
cielos, se ha consumado plenamente el Misterio Pascual de Cristo, pues en
María, contemplamos y saboreamos anticipadamente esa gloria futura a la que estamos
llamados y que tendremos como destino si, junto con Ella, sabemos seguir los
pasos de su Hijo Jesús.
Llevemos, pues, en nuestro corazón el amor a la Inmaculada
Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, junto al convencimiento de que
Ella siempre intercede por nosotros desde el cielo; e imitemos en nuestra vida
sus valores creyentes, como la disponibilidad, el servicio a los demás y la
contemplación de nuestro destino celestial.
Permitidme que termine recitando unos versos de Fray Luis de
León en la Oda a la Asunción, que
expresan en muy pocas palabras tanto el sentido de la fiesta de hoy como los
deseos que tiene que despertar en nuestro corazón:
Al cielo vais, Señora,
y allá os reciben con alegre
canto.
¡Oh quien pudiera ahora
asirse a vuestro manto
para subir con vos al monte santo!
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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