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sábado, 1 de febrero de 2020

REFLEXIONES DE LA PALABRA (CDXXXI). Fiesta de la Presentación del Señor



La fiesta de la Presentación del Señor, que hoy celebramos, es la fiesta de la ofrenda, de la luz y del encuentro de Cristo y su Iglesia; y las lecturas de hoy son, como todos los evangelios de la infancia de Jesús, de una gran densidad teológica y, entre otros aspectos, nos muestran algunas de las grandes paradojas –o rarezas– del hacer de Dios.
Mirad, el anuncio solemne del profeta Malaquías, que profetizaba que entraría en el Santuario el Señor, se concreta en la entrada de un niño pobre que pasa inadvertida para   todos, excepto para dos ancianos, Simeón y Ana, quienes simbolizan los siglos de espera y de anhelo ferviente de los hombres y mujeres devotos de la antigua alianza. Es más, Simeón y Ana representan la esperanza y el anhelo de la raza humana.
Por eso que al recordar de esta manera este encuentro de Cristo con los ancianos Simeón y Ana, la Iglesia nos pide que profesemos públicamente nuestra fe en Cristo, Luz del mundo, luz de revelación para todo pueblo y persona.
Y es que la luz de la Candelaria es la luz de la fe que nos guía por el camino de la vida sin desentenderse de los demás que también caminan iluminados por Cristo. Todos hacemos el camino a la luz de la fe que ha de estar siempre encendida, no solo cuando estamos en la iglesia sino en la vida cristiana de cada día. La luz del cirio encendido de nuestro bautismo es el símbolo de la luz de la fe que hemos de conservar toda la vida hasta la hora de nuestra muerte, cuando desaparecerá le fe para ver la realidad de la luz eterna del cielo.
La luz de la fe es también la que da la calidez del amor para que nos amemos los unos a los otros, incluso a los enemigos, como nos ha mandado Jesús. Esta luz del amor la hemos de llevar siempre con nosotros para iluminar y amar a los de casa y a todas las personas con las que convivimos y nos encontramos cada día. Es una luz que sabe perdonar a todo el mundo porque da calidez y es una luz de amor.
Vamos a pedirle, pues, a la Virgen María, y también a san José, fieles cumplidores de la ley del Señor al cumplir todo lo que estaba indicado en ella presentando a Jesús en el templo, que cada celebración de la Eucaristía se convierta para nosotros en un encuentro con la luz y el amor de Dios que nos ilumina con la luz de su Palabra y nos llama para que entremos en el templo a encontramos con Él.

Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.

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