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sábado, 25 de enero de 2020

REFLEXIONES DE LA PALABRA (CDXXX). Domingo III del Tiempo Ordinario



El versículo del aleluya, que hoy hemos tomado del final del evangelio de Mateo, y que nos dice que «Jesús predicaba el Evangelio del Reino, curando las enfermedades del pueblo», nos ofrece una clave para comprender las lecturas que hemos proclamado en este «domingo de la Palabra de Dios» que el papa Francisco ha instituido en el III domingo del Tiempo ordinario y que hoy celebramos por primera vez.
Mirad, el arresto de Juan el Bautista, el primero en intuir la llegada del Reino y anunciarlo, empuja a Jesús a tomar el relevo. A partir de ahora será Él quien continúe con la predicación de la Buena Noticia del Reino y su implantación en medio de este mundo. Y si el Bautista había irrumpido en escena en el desierto de Judá, junto al Jordán, y su mensaje era de conversión ante la inminente llegada de Dios, Jesús, por su parte, cambia de escenario. Sube a Galilea y se traslada desde Nazaret, el pueblo donde se había criado y vivido durante 30 años, hasta Cafarnaúm, una tierra de frontera, que por su proximidad a otros pueblos extranjeros es llamada «la Galilea de los gentiles». A primera vista, Jesús se limita a repetir el mismo mensaje de Juan: «Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos». Pero el tono y las consecuencias de su predicación son muy diversas; ya que si la proclamación de Juan podía suscitar cierto temor por las imágenes que utiliza, el anuncio de Jesús genera alegría y gozo, y proporciona luz para salir de las tinieblas en las que vive Israel. De este modo se cumplen las palabras del profeta Isaías que hemos escuchado en la primera lectura: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo».
Y es que Jesús, con su anuncio, con su palabra, trae vida, ilumina, da el poder ser hijos de Dios, llena la vida de regocijo. Si la invitación del Bautista movió a muchos a bautizarse, la proclamación de Jesús se convierte en una invitación al seguimiento y a involucrarse en la tarea del Reino, que trae curación y salvación para todos: Por eso, en el texto del evangelio vemos como la invitación a la «conversión» al Reino inaugurado es acogida por las dos parejas de hermanos pescadores que Jesús ve y llama. Jesús les propone una nueva misión en relación a su estilo de vida: seguirle y ser pescadores de hombres. Jesús anuncia un proyecto en el que, junto a otros, la prioridad sea curar y recuperar a quienes viven sumergidos y oprimidos por las fuerzas del mal. Jesús no solo invitó a los primeros discípulos a implicarse en la hermosa tarea del Reino. Pero el Señor resucitado llamó también a Pablo y lo empujó a ir más allá de las fronteras del judaísmo para que todos los pueblos –y no solo Israel– conocieran el Evangelio del amor de Dios revelado en la cruz.
Pues bien, hoy el Resucitado sigue caminando en medio de su comunidad, explicando las Escrituras con su vida y su palabra, e invitándonos a todos a implicarnos en la hermosa tarea de anunciar el Evangelio. Y si Jesús se traslada hacia las fronteras de Galilea para convertirse en luz y alegría, y si Pablo va más allá de los límites del judaísmo, podemos comprender la urgencia con la que se nos invita a salir para llevar la alegría y el consuelo del Evangelio a todos. Solo podremos ser servidores de la Buena Noticia del Reino si, como nos invita este «domingo de la Palabra de Dios», colocamos el Evangelio en el centro de nuestras vidas, de nuestras comunidades y de nuestras tareas.


Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.

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