El versículo del aleluya, que hoy hemos tomado del final del
evangelio de Mateo, y que nos dice que «Jesús predicaba el Evangelio del Reino,
curando las enfermedades del pueblo», nos ofrece una clave para comprender las
lecturas que hemos proclamado en este «domingo de la Palabra de Dios» que el
papa Francisco ha instituido en el III domingo del Tiempo ordinario y que hoy
celebramos por primera vez.
Mirad, el arresto de Juan el Bautista, el primero en intuir
la llegada del Reino y anunciarlo, empuja a Jesús a tomar el relevo. A partir
de ahora será Él quien continúe con la predicación de la Buena Noticia del
Reino y su implantación en medio de este mundo. Y si el Bautista había
irrumpido en escena en el desierto de Judá, junto al Jordán, y su mensaje era
de conversión ante la inminente llegada de Dios, Jesús, por su parte, cambia de
escenario. Sube a Galilea y se traslada desde Nazaret, el pueblo donde se había
criado y vivido durante 30 años, hasta Cafarnaúm, una tierra de frontera, que
por su proximidad a otros pueblos extranjeros es llamada «la Galilea de los
gentiles». A primera vista, Jesús se limita a repetir el mismo mensaje de Juan:
«Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos». Pero el tono y las
consecuencias de su predicación son muy diversas; ya que si la proclamación de
Juan podía suscitar cierto temor por las imágenes que utiliza, el anuncio de
Jesús genera alegría y gozo, y proporciona luz para salir de las tinieblas en
las que vive Israel. De este modo se cumplen las palabras del profeta Isaías
que hemos escuchado en la primera lectura: «El pueblo que caminaba en tinieblas
vio una luz grande; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló.
Acreciste la alegría, aumentaste el gozo».
Y es que Jesús, con su anuncio, con su palabra, trae vida,
ilumina, da el poder ser hijos de Dios, llena la vida de regocijo. Si la
invitación del Bautista movió a muchos a bautizarse, la proclamación de Jesús
se convierte en una invitación al seguimiento y a involucrarse en la tarea del
Reino, que trae curación y salvación para todos: Por eso, en el texto del evangelio vemos como la invitación a la «conversión» al Reino inaugurado
es acogida por las dos parejas de hermanos pescadores que Jesús ve y llama.
Jesús les propone una nueva misión en relación a su estilo de vida: seguirle y
ser pescadores de hombres. Jesús anuncia un proyecto en el que, junto a
otros, la prioridad sea curar y recuperar a quienes viven sumergidos y
oprimidos por las fuerzas del mal. Jesús no solo invitó a los primeros
discípulos a implicarse en la hermosa tarea del Reino. Pero el Señor resucitado
llamó también a Pablo y lo empujó a ir más allá de las fronteras del judaísmo
para que todos los pueblos –y no solo Israel– conocieran el Evangelio del amor
de Dios revelado en la cruz.
Pues bien, hoy el Resucitado sigue caminando en medio de su
comunidad, explicando las Escrituras con su vida y su palabra, e invitándonos a
todos a implicarnos en la hermosa tarea de anunciar el Evangelio. Y si Jesús se
traslada hacia las fronteras de Galilea para convertirse en luz y alegría, y si
Pablo va más allá de los límites del judaísmo, podemos comprender la urgencia
con la que se nos invita a salir para llevar la alegría y el consuelo del
Evangelio a todos. Solo podremos ser servidores de la Buena Noticia del Reino
si, como nos invita este «domingo de la Palabra de Dios», colocamos el
Evangelio en el centro de nuestras vidas, de nuestras comunidades y de nuestras
tareas.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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