Este domingo, situado entre el inicio del año nuevo y de la
fiesta de Reyes, prolonga el misterio de la Navidad, y nos invita a seguir
cantando, pregonando y anunciando la salvación que nos brinda el Niño Dios que
ha nacido en un pesebre.
Hoy no celebramos ninguna fiesta especial dentro del ciclo
de Navidad. Hoy simplemente, celebramos el domingo, el día del Señor, el día de
la Eucaristía por excelencia.
Por eso, en este domingo, los textos de la palabra de Dios
nos quieren ayudar a descubrir cómo Dios se ha revelado en Jesucristo como
nuestro Salvador, y se nos invita a meditar, a la luz de los acontecimientos de
Belén, lo que el misterio de la presencia del Verbo Encarnado ha supuesto para
nuestra condición humana. Pues Cristo, plenitud de la revelación divina y
presencia amorosa de Dios entre los hombres, al asumir nuestra condición humana,
nos hace a nosotros eternos, ya que Jesús, sabiduría de Dios, nos descubre cómo
nos ha bendecido Dios en su persona para regalarnos la vida definitiva.
Vamos a ponernos, pues, de nuevo, en el portal de Belén. Por
si no lo sabéis, os digo que Belén, Bet-lehem, significa “la casa del pan”, lo
que nos tiene que ayudar a ver una relación profunda, profunda entre la Navidad
y el Sacramento de la Eucaristía. Así como los belenes nos representan a San
José, a la Virgen y a los pastores arrodillados ante el Niño, vamos a
arrodillarnos nosotros hoy ante Cristo Eucaristía, que es el mismo Jesús, el
Verbo que se hizo carne y acampó entre nosotros que nació un día en Belén; y
contemplemos nuevamente el misterio de la Navidad para descubrir, una vez más,
cuán grande es el amor que Dios nos tiene y su empeño en mostrarnos su
presencia entre nosotros.
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