Y este primer día del año lo dedicamos a María. Ella nos
ofrece a Jesús, el fruto bendito de sus entrañas. Ella, la Madre de Dios, ha
sido, es y seguirá siendo el canal por el cual nos llegará la salvación también
este año. Ella está en la entraña misma de la fe cristiana. Es por ello que al,
coronar la Octava de Navidad, la liturgia nos presenta hoy el misterio del
Enmanuel en su marco más exacto, que es el regazo maternal de María.
Y es que la celebración de la divina maternidad de María es
el más antiguo y preciado de los títulos que la Iglesia reconoce en María. La
bendita entre todas las mujeres nos alcanza la bendición en su Hijo muy amado,
de tal manera que, como nos dice San Pablo, nos convertimos, por obra del
Espíritu, en hijos y herederos. Esta bendición divina nos alcanza uno de sus
frutos más preciados, que la paz. Y porque los cristianos queremos y buscamos
la paz, por eso acudimos a María, Madre del Príncipe de la paz y Reina de la
paz.
Y si habitualmente
decimos año nuevo, vida nueva, hoy os propongo año nuevo, vida interior
renovada. Y lo hago a través del ejemplo de María que, como nos dice el
Evangelio, guardaba todas las cosas que pasaban y se decían en su corazón. Será
bueno que este año que comienza nos propongamos dar pasos concretos en nuestra
vida de fe, en nuestra vida espiritual, como por ejemplo, el rezar todos los
días, el acercarnos a comulgar al venir a Misa, confesándonos para ello si es
necesario –y si no es necesario, también será bueno que nos vayamos confesando
durante el año, para sentir en el corazón la gracia de sentirnos abrazados por
el perdón y la misericordia de Dios-. Por ello, este nuevo recorrido de
nuestra vida lo hacemos de la mano de María. Dejemos que esté presente en nuestra
vida, acudamos a Ella en todo momento y pidamos que, como madre, alimente
nuestra vida de fe.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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