Si hay un mensaje que centra la atención de este domingo son
las palabras de Juan el Bautista presentando a Jesús como el Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo. Una imagen muy bíblica, pues en el Antiguo
Testamento, se sacrificaba, sobre todo para la pascua, un cordero para expiar
los pecados cometidos.
Pues bien, esta descripción que hace Juan el Bautista es
un referente al cordero pascual identificado con Cristo clavado
en la cruz, misterio que celebramos en la mesa de la Eucaristía. Pero
tenemos que tener claro que Jesús no solo es el Cordero que quitó el pecado de aquel
mundo de hace dos mil años, ni el pecado que se había acumulado hasta la fecha,
sino que es el Cordero que quita el pecado ayer, hoy y siempre.
Y es que Jesús quita no solo el pecado del pueblo de Israel,
sino que quita el pecado de todo el mundo, es decir, de todos los hombres y
mujeres que acogen con fe su Palabra y viven de acuerdo con ella. Es lo que
anuncia el profeta Isaías en la primera lectura, donde pone el acento en la
misión sin fronteras que Dios encomienda a su Siervo, al que destina a ser luz
y salvación no solo de Israel, sino de todos los pueblos.
Pero fijaos en una cosa: Juan el Bautista afirma claramente
que Jesús, el Cordero que quita el pecado del mundo, es el Hijo de Dios. Dios mismo
que, compadecido de la humanidad, viene a nosotros, se hace uno de nosotros,
comparte todo lo nuestro para darnos su vida. Y va a darnos su vida inmolándose
por nosotros, dando su vida por nuestra salvación.
Y siendo que este domingo cae dentro del octavario de
oración por la unidad de los cristianos, no puedo dejar pasar de largo la
descripción que de la Iglesia hace san Pablo en la segunda lectura, definiéndola
como «todos los que en
cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo». Mirad,
que los cristianos estemos separados, católicos por un lado, ortodoxos por
otro, protestantes y anglicanos por otro... es una gran herida; una gran herida
que, además, provoca que muchos no crean en Cristo. Curar esa herida, para nosotros,
es muy difícil, por no decir imposible. Por eso rezamos. Rezamos pidiendo la
unidad, porque el único que le puede poner arreglo a este embrollo es Dios. Y,
a fin de cuentas, Jesucristo, el Hijo de Dios, el Cordero que quita el pecado
del mundo, se hizo hombre y entregó su vida por la salvación de todos.
Que Santa
María ruegue por nosotros, para que todos los que invocamos el nombre de
nuestro Señor Jesucristo, formemos y lleguemos a la unidad en la única Iglesia
que Cristo fundó y que Él quiere que formemos.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Canal Romero.
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