La liturgia de la palabra de este domingo destaca la
necesidad de orar y enseña también la manera de hacerlo. En el Evangelio vemos
como Jesús reza solo, en un lugar apartado; y que, cuando termina, los
discípulos le piden: «Señor, enséñanos a orar». La respuesta de Jesús es que
recen llamando a Dios «Padre». Y les enseña la oración del padrenuestro. Hay
que decir que la versión del padrenuestro que nos presenta el Evangelio de
Lucas que proclamamos hoy no es la que recitamos habitualmente, que es la del
Evangelio de Mateo, pero nos sigue mostrado a un Dios afectuoso, cercano a su
pueblo, preocupado por sus seguidores, atento a dar el alimento necesario,
dispuesto a perdonarlo todo y a ponerlo en marcha otra vez hacia la tierra
prometida... Pues mirad: ese es el Dios de Jesucristo, ese es el Dios de los
cristianos, ese es el Dios al que rezamos.
Por eso que Jesús invita a sus discípulos a asumir ante Dios
la actitud de un niño que, con simplicidad, se entrega confiadamente en las
manos de su padre, y que acoge naturalmente su ternura y su amor. Así nos los
quiere dejar claro Jesús cuando en las dos parábolas que siguen a la oración
del padrenuestro toma como modelo la actitud de un amigo respecto a otro amigo
y la de un padre hacia su hijo. Las dos parábolas nos quieren enseñar a tener
plena confianza en Dios. Y es que Dios es nuestro amigo, pero, sobre todo, Dios
es nuestro Padre.
Y fijaos en una cosa: Jesús insiste en que la actitud del
orante tiene que ser de una confianza inquebrantable, pues Dios siempre
responderá a nuestras oraciones. Otra cosa es que dé la respuesta que nosotros
queramos, que no siempre es lo que necesitamos, pues Dios conoce mucho mejor
que nosotros cuáles son nuestras auténticas necesidades y lo que nos conviene
de verdad. Por eso que tenemos que rezar siempre con insistencia, sin
cansarnos, sin venirnos abajo, como hizo Abrahán, a quien vemos en la primera
lectura que intercede por las ciudades de Sodoma y de Gomorra, ejemplo de
corrupción y depravación en la antigüedad.
Vamos a pedirle, pues, a la Virgen María, maestra de
oración, que sepamos dirigirnos a Dios como un Padre que nos cuida y nos ama, agradeciéndole
la salvación que hemos recibido de Jesucristo, y a la que nos hemos incorporado
por el bautismo.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Canal Romero.
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