Gonzalo y María de la Cabeza soñaban que era un nuevo día, que había peregrinos y ya era romería, pero era marzo aún. Cuentan que nació una primavera que esperaba impaciente la llegada de abril para el reencuentro con la Virgen de la Cabeza, en su majestuoso tapiz de Sierra Morena. Una primavera que conseguiría su máximo esplendor al hacer que germinase una verdadera historia de amor entre dos peregrinos unidos por una casualidad y un camino lejano.
Adentrados en mayo, mes de las flores, y ya en la Fuente de San Miguel, iniciando el largo recorrido del camino y juntos de la mano, Gonzalo la miraba ilusionado y María de la Cabeza lo saludaba con un ramillete de sonrisas cuando, de repente se enamoraron al besarse en aquella mejilla, con tanto cariño y ternura que nada pudo frenar un viaje de vuelta de locura. Un peregrinar que sería como la vida misma, con sus altibajos, sus baches, sus momentos buenos y sus cuestas, que supieron superar y sortear gracias al cariño y al amor que la Virgen de la Cabeza les regaló en la primavera más soñada de sus vidas. Pasados unos años, Gonzalo y María de la Cabeza se levantaron temprano cuando aún brillaban las estrellas para proseguir ese camino hacia la Morenita. Ambos, despertados por un sueño hecho realidad y sonriendo, se dijeron “ñiñiñí”, y Gonzalo, esperó a María de la Cabeza en la puerta del cielo, junto a la Santísima Virgen de la Cabeza. Esa romería uniría sus corazones pero al finalizar tan largo camino, y cansados de caminar, la tarde cegó el camino y encendió sus emociones, uniendo en un abrazo a estos dos romeros enamorados que no entendieron de razones, dejándose llevar por esta vivencia peregrina que, al hablar de amores, lleva hasta la Reina de Sierra Morena. Siendo trasladados y arrastrados por bellos sueños, ya que el camino les recuerda a la Ella. Un sendero que les evoca a flores de primavera, a un beso en los labios, a una sonrisa al atardecer, a un ligero adiós y saber que la morenita les está mirando.
Cogidos de la mano e impregnados de caricias, siempre esperan juntos, volverla a ver para agradecerle y, de esta manera, recapitular esa bendita casualidad durante varias décadas. El camino se hizo amor, y el amor se hizo camino. Un camino que tal y como aprendieron tras la celebración de la aparición agosteña, en su Baeza machadiana, camino se hace “al amar”, sin volver a pisar la senda que se ha dejado atrás.
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