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sábado, 3 de agosto de 2024

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DCLXXX). Domingo XVIII del Tiempo Ordinario

 
El domingo pasado nos habíamos quedado en que, tras haber dado de comer a miles de personas con cinco panes y dos peces, la multitud buscaba a Jesús para proclamarlo rey, y como Jesús, puso tierra por medio y se retiró solo a la montaña.
Bueno, pues hoy el evangelio nos muestra como aquella multitud que buscaba a Jesús lo acabó encontrando. Pero su búsqueda era una búsqueda interesada; es decir, lo buscaban no porque les hubiera impactado su mensaje o su predicación. No. ¿Por qué lo buscaban pues? Pues porque les había dado de comer hasta quedar hartos, y querían asegurarse tener la tripa llena. Por eso le buscaban.
Y a nosotros hoy nos pasa tres cuartos de lo mismo. ¿Para qué buscamos a Dios? ¿Para que llene nuestras almas con su gracia y vivamos según su voluntad, o más bien lo buscamos para que dé solución a nuestras necesidades materiales de salud corporal,  dinero, de trabajo, de felicidad...? Mirad, cuando no logramos de Dios lo que nosotros queremos, llegamos a ser como los israelitas durante el camino hacia la tierra prometida, que nos ponemos a murmurar de Dios y somos capaces de cualquier cosa por conseguir lo que queremos. De cualquier cosa. Hasta de dejarnos domesticar por el mismísimo demonio y vender nuestra alma al mejor postor.
Por eso Jesús hoy nos dice que tenemos que trabajar por un alimento que no perezca. Es decir, no sólo hemos de pedir a Dios cosas materiales, que no está mal que se las pidamos, sino que sobre todo hemos de pedirle aquello que alimente nuestro espíritu. Y el alimento principal para nuestro espíritu, para el alma, es el Sacramento de la Eucaristía. Así de claro. El pan que necesitamos para seguir caminando, para alcanzar la tierra prometida, la felicidad nuestra y de los demás, es el Pan con mayúsculas que Jesús nos da: su Cuerpo y su Sangre. ¡Eh!. No nos engañemos. No podemos caminar sin el Pan de Vida. No podemos vivir sin la Eucaristía. Si no comulgamos, y se sobreentiende que para comulgar, hay que estar en gracia de Dios, que no se puede pasar así a comulgar por las bravas, de cualquier manera, ¡eh!, ¡no!; si no comulgamos, nuestra alma se quedará más seca que la mojama.
Vamos a pedirle pues, a la Virgen María, que sintamos auténtica necesidad del verdadero Pan de Vida. Que tengamos hambre de la Eucaristía. Hambre de Cristo. El único alimento que nos hará verdaderamente libres y que nos ayudará a superar toda esclavitud a la que podamos estar sometidos.

Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
 

viernes, 26 de julio de 2024

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DCLXXIX). Domingo XVII del Tiempo Ordinario


Durante los próximos domingos vamos a hacer una interrupción en la lectura del evangelio según san Marcos, que leemos este año, y vamos a leer en la celebración el capítulo 6 del evangelio según san Juan, el capítulo conocido como el discurso del Pan de Vida, un fragmento con un claro y profundo trasfondo eucarístico.
Y comenzamos la lectura del capítulo 6 de san Juan con el conocido pasaje del milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Y si la primera lectura nos cuenta que el profeta Eliseo alimentó a toda la comunidad, que vendrían a ser un centenar de personas, con veinte panes de cebada y grano fresco en espiga; el evangelio va todavía más allá, y nos recuerda que Jesús, con cinco panes y dos peces, dio de comer a una montonada de gente enorme. Si sólo los hombres eran unos cinco mil, imaginaros cuantos habría contando a las mujeres y los niños. Y no solamente eso, sino que, además, sobraron 12 canastos después de haber comido todos y quedado satisfechos.
Este milagro es, pues, un signo que revela quien es Jesús. Y así lo entiende la multitud, que le reconoce como Mesías y profeta, y que quieren hacerle rey; lo que provoca que Jesús ponga tierra de por medio y se retire para estar a solas en la montaña, que teológicamente es un lugar de encuentro con Dios.
Por su parte, san Pablo, en la segunda lectura, nos llama a vivir nuestra fe en la unidad, cimentados en un solo Señor, una sola fe y un solo bautismo. Esto tiene que movernos a cultivar aquellas virtudes que favorecen y fortalecen la unidad entre todos nosotros, y de un modo especial, entre los nos consideramos cristianos.
Y no querría terminar sin señalar una cosa, y es la generosidad del muchacho del evangelio que puso en manos de Jesús los cinco panes y los dos peces. Con aquello, con tan poco, Jesús hizo el milagro de dar de comer a aquella multitud. Pidámosle nosotros a la Virgen María que no desaprovechemos los pequeños gestos, las pequeñas ayudas que podamos hacer y que nos hagan: parecen nada, pero en las manos de Jesús serán mucho.

Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.