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viernes, 12 de enero de 2024

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DCXXXVIII). Domingo II del Tiempo Ordinario

 


Comenzamos hoy la primera parte de los domingos del tiempo ordinario, cinco en concreto, hasta que lleguemos al tiempo de Cuaresma, camino de preparación para la Pascua. Son cinco domingos que nos invitarán a vivir la normalidad de la fe haciendo camino con Jesús, hoy con la compañía del evangelista San Juan  y los otros cuatro, con San Marcos. El tiempo ordinario nos invita a vivir nuestra vida cristiana en la normalidad del día a día. Caminamos acompañados por Jesús y su Buena Nueva, para que el día a día de nuestra existencia quede iluminada por su luz y su ejemplo, y así llegar a ser testimonios que atraen.
Este domingo, en concreto, San Juan nos invita a algo esencial, que es dejarnos fascinar por Jesús, por ir a ver dónde vive e irnos introduciendo en su dinámica de amor y salvación. También hoy Jesús se vuelve, nos mira, y se dirige a nosotros preguntándonos: ¿Qué buscáis?
Bueno, pues la respuesta de Samuel que vemos en la primera lectura: «Habla, Señor, que tu siervo escucha», nos debe motivar a descubrir a ese Dios personal que sale a nuestro encuentro.
Mirad, la lectura del primer libro de Samuel y el evangelio de san Juan centran la liturgia de la Palabra en el tema de la llamada de Dios. En el primer caso, con el ejemplo de un joven, Samuel, en el segundo, con el de Andrés y un discípulo que queda en el anonimato, aunque seguramente sería San Juan. Y fijaos... Samuel no sabe al principio quien le llama, es el sacerdote Helí quien se da cuenta que es Dios quien le está hablando y le dice que se ponga a la escucha. Y en el caso de los dos primeros discípulos, es Juan el Bautista quien les indica que Jesús es el Cordero de Dios a quien deben seguir. Y si nos ponemos a pensar, también nosotros hemos tenido alguien en nuestra vida que ha sido el que nos ha puesto en el buen camino, y por medio del cual, aunque esa persona no lo supiera, la chispa de la fe se ha encendido en nosotros.
Por su parte, san Pablo, en la Carta a los Corintios, nos habla de un tema que quizá pueda resultamos un poco incómodo, ya que nos habla de los que tienen relaciones sexuales sin ningún control, como si todo estuviera bien, como se nos quiere vender hoy día. Ya sé que en nuestros tiempos, este es a menudo un tema difícil, y nada popular. Pero es Palabra de Dios; y por encima de esta Palabra no hay nada ni nadie; y  nos indica que hacer la voluntad de Dios es saber que le pertenecemos integralmente, y que por ello somos templo del Espíritu, lugar de ofrenda y de oración. Eso no quiere decir que sea fácil. De hecho la castidad es una auténtica batalla campal, en la que hay muchas caídas, de las que ninguno, pero ninguno, estamos libres de caer. Por eso nadie deber ir de gallito por la vida en este aspecto, nadie; pero sí que hay que cuidarlo; porque, al fin y al cabo, también en ello nos va la salvación. ¿Qué caemos, porque somos débiles? Pues a la confesión, que para algo Jesucristo nos ha este remedio en el sacramento de la reconciliación. Y lo que se dice en confesión, en confesión se queda, que a nadie le importa, más que a Dios, que siempre está dispuesto a perdonarnos todo.
Hala... pues a ser buenos, y que la Virgen nos ayude.

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