Comenzamos hoy la
primera parte de los domingos del tiempo ordinario, cinco en concreto, hasta
que lleguemos al tiempo de Cuaresma, camino de preparación para la Pascua. Son
cinco domingos que nos invitarán a vivir la normalidad de la fe haciendo camino
con Jesús, hoy con la compañía del evangelista San Juan y los otros cuatro, con San Marcos. El tiempo
ordinario nos invita a vivir nuestra vida cristiana en la normalidad del día a
día. Caminamos acompañados por Jesús y su Buena Nueva, para que el día a día de
nuestra existencia quede iluminada por su luz y su ejemplo, y así llegar a ser
testimonios que atraen.
Este domingo, en
concreto, San Juan nos invita a algo esencial, que es dejarnos fascinar por
Jesús, por ir a ver dónde vive e irnos introduciendo en su dinámica de amor y
salvación. También hoy Jesús se vuelve, nos mira, y se dirige a nosotros
preguntándonos: ¿Qué buscáis?
Bueno, pues la
respuesta de Samuel que vemos en la primera lectura: «Habla, Señor, que tu
siervo escucha», nos debe motivar a descubrir a ese Dios personal que sale a
nuestro encuentro.
Mirad, la lectura
del primer libro de Samuel y el evangelio de san Juan centran la liturgia de la
Palabra en el tema de la llamada de Dios. En el primer caso, con el ejemplo de
un joven, Samuel, en el segundo, con el de Andrés y un discípulo que queda en
el anonimato, aunque seguramente sería San Juan. Y fijaos... Samuel no sabe al
principio quien le llama, es el sacerdote Helí quien se da cuenta que es Dios
quien le está hablando y le dice que se ponga a la escucha. Y en el caso de los
dos primeros discípulos, es Juan el Bautista quien les indica que Jesús es el
Cordero de Dios a quien deben seguir. Y si nos ponemos a pensar, también
nosotros hemos tenido alguien en nuestra vida que ha sido el que nos ha puesto
en el buen camino, y por medio del cual, aunque esa persona no lo supiera, la
chispa de la fe se ha encendido en nosotros.
Por su parte, san
Pablo, en la Carta a los Corintios, nos habla de un tema que quizá pueda
resultamos un poco incómodo, ya que nos habla de los que tienen relaciones
sexuales sin ningún control, como si todo estuviera bien, como se nos quiere
vender hoy día. Ya sé que en nuestros tiempos, este es a menudo un tema
difícil, y nada popular. Pero es Palabra de Dios; y por encima de esta Palabra
no hay nada ni nadie; y nos indica que
hacer la voluntad de Dios es saber que le pertenecemos integralmente, y que por
ello somos templo del Espíritu, lugar de ofrenda y de oración. Eso no quiere
decir que sea fácil. De hecho la castidad es una auténtica batalla campal, en
la que hay muchas caídas, de las que ninguno, pero ninguno, estamos libres de
caer. Por eso nadie deber ir de gallito por la vida en este aspecto, nadie;
pero sí que hay que cuidarlo; porque, al fin y al cabo, también en ello nos va
la salvación. ¿Qué caemos, porque somos débiles? Pues a la confesión, que para
algo Jesucristo nos ha este remedio en el sacramento de la reconciliación. Y lo
que se dice en confesión, en confesión se queda, que a nadie le importa, más
que a Dios, que siempre está dispuesto a perdonarnos todo.
Hala... pues a ser
buenos, y que la Virgen nos ayude.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Hola, bienvenid@ a Abril Romero. Deje su mensaje o saludo.