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viernes, 22 de septiembre de 2023

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DCXV). Domingo XXV del Tiempo Ordinario



Durante estos Domingos, coincidiendo casualmente con la época de la vendimia en muchos lugares, los textos evangélicos nos van a proponer diversas parábolas que tienen lugar dentro de una viña.
Hoy en concreto la palabra de Dios nos indica que nuestros pensamientos, nuestra forma de ver las cosas, nuestros caminos, no siempre coinciden con los de Dios, y que la salvación que Él nos ofrece es un regalo suyo y no un mérito nuestro, porque, mirad, Mirad, la lógica del Señor no es la lógica de las matemáticas, de que uno y uno son dos, sino que es la lógica del amor.
Porque, fijaos en una cosa... Leyendo el evangelio nos damos cuenta que no son los trabajadores los que se ofrecen para ir a la viña, sino al revés, que es el dueño de la viña quien tiene la iniciativa de contratarlos. Pues bien, también a nosotros Dios nos ha llamado en un momento concreto de nuestra vida. Y cada caso es distinto. Hay quien ha vivido toda su vida en un ambiente de fe; quien la ha encontrado ya de mayor; quien iba a Misa de joven y tras estar años y años sin pisar la iglesia, de repente, cambia y vuelve.... Cada uno somos llamados en un momento distinto de nuestra vida, a una hora distinta del día a trabajar en la viña del Señor.
¿Y cuál es la recompensa?¿Cual es el pago que Dios da? Pues es la vida eterna. No podemos ni tenemos derecho a enfadarnos con Dios porque uno, al final de su vida, se encuentre con Él, y el Señor, que es misericordioso, le acoja en su regazo como puede acoger al que le ha sido fiel durante toda su existencia. Es más... El vivir con constancia en la fe, el haber llevado una vida religiosa en este mundo, es ya una recompensa por adelantado, porque hemos podido disfrutar más de la presencia de Dios en nuestra vida, aunque a veces nos cueste incomprensión, o nos acarree cargar con diversas cruces e incluso persecuciones.
Pidámosle, pues, a la Virgen María, hoy que es la Virgen de la Merced, redentora de cautivos, que no vivamos esclavos de nuestra mezquindad, de nuestra mentalidad divino-comercial, de que por haber rezado esto y aquello Dios me tiene que dar esto y lo otro, no, sino que tengamos un corazón abierto para acoger el regalo que Dios nos hace de la salvación, llevando una vida digna del Evangelio de Cristo, sin creernos ninguno de nosotros mejores ni más santos que los demás, ni mucho menos con derechos ni exigencias ante Dios.

Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.

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