Durante estos Domingos, coincidiendo casualmente con la
época de la vendimia en muchos lugares, los textos evangélicos nos van a
proponer diversas parábolas que tienen lugar dentro de una viña.
Hoy en concreto la palabra de Dios nos indica que nuestros
pensamientos, nuestra forma de ver las cosas, nuestros caminos, no siempre
coinciden con los de Dios, y que la salvación que Él nos ofrece es un regalo
suyo y no un mérito nuestro, porque, mirad, Mirad, la lógica del Señor no es la
lógica de las matemáticas, de que uno y uno son dos, sino que es la lógica del
amor.
Porque, fijaos en una cosa... Leyendo el evangelio nos damos
cuenta que no son los trabajadores los que se ofrecen para ir a la viña, sino
al revés, que es el dueño de la viña quien tiene la iniciativa de contratarlos.
Pues bien, también a nosotros Dios nos ha llamado en un momento concreto de
nuestra vida. Y cada caso es distinto. Hay quien ha vivido toda su vida en un
ambiente de fe; quien la ha encontrado ya de mayor; quien iba a Misa de joven y
tras estar años y años sin pisar la iglesia, de repente, cambia y vuelve....
Cada uno somos llamados en un momento distinto de nuestra vida, a una hora
distinta del día a trabajar en la viña del Señor.
¿Y cuál es la recompensa?¿Cual es el pago que Dios da? Pues
es la vida eterna. No podemos ni tenemos derecho a enfadarnos con Dios porque
uno, al final de su vida, se encuentre con Él, y el Señor, que es
misericordioso, le acoja en su regazo como puede acoger al que le ha sido fiel
durante toda su existencia. Es más... El vivir con constancia en la fe, el
haber llevado una vida religiosa en este mundo, es ya una recompensa por
adelantado, porque hemos podido disfrutar más de la presencia de Dios en
nuestra vida, aunque a veces nos cueste incomprensión, o nos acarree cargar con
diversas cruces e incluso persecuciones.
Pidámosle, pues, a la Virgen María, hoy que es la Virgen de
la Merced, redentora de cautivos, que no vivamos esclavos de nuestra
mezquindad, de nuestra mentalidad divino-comercial, de que por haber rezado
esto y aquello Dios me tiene que dar esto y lo otro, no, sino que tengamos un
corazón abierto para acoger el regalo que Dios nos hace de la salvación,
llevando una vida digna del Evangelio de Cristo, sin creernos ninguno de
nosotros mejores ni más santos que los demás, ni mucho menos con derechos ni
exigencias ante Dios.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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