Hoy, de nuevo, vuelven a
aparecer los fariseos en el Evangelio, y como casi siempre, con ganas de tocar
las narices. Lo cual indica que hay bronca, o al menos una desautorización por
parte de Jesús asegurada.
Esta vez la cuestión que le
plantean no es una cuestión sin importancia, sino un hecho que hacía sufrir
mucho a las mujeres de Galilea –y a muchas mujeres judías en la actualidad-, y
que es motivo de vivas discusiones entre los seguidores de las diversas
escuelas rabínicas. La cuestión en sí es si le es lícito al marido repudiar a
su mujer.
En primer lugar, hay que
decir que la cuestión no trata del divorcio moderno que conocemos hoy, y que no
deja de ser un fracaso, un cáncer en nuestra sociedad, y del que no quiero ni
voy a hablar, pues es algo que hace sufrir a muchas personas. No. Jesús trata
de la situación en la que vivía la mujer judía dentro del matrimonio,
controlado absolutamente por el marido.
Mirad, según la ley de
Moisés, el marido podía romper el contrato matrimonial y echar de casa a la
mujer por cualquier motivo, incluso simplemente por haber envejecido, o por
haberse dejado quemar la comida. Pero en cambio, la mujer, sometida en todo al
marido, no podía hacer lo mismo.
Pues bien, la respuesta de
Jesús sorprende a todos. Primero porque no entra al trapo en las discusiones de
los rabinos. Pero sobre todo porque invita a descubrir el proyecto original de
Dios; un proyecto que está por encima de las leyes y normas de todos los
tiempos; afirmando claramente que el matrimonio tiene su origen en el mismo
corazón de Dios, que transmite el amor y nos confía el misterio de la vida, y
que atrae a los esposos a vivir unidos por un amor libre y gratuito.
De este modo, Jesús ofrece
una visión del matrimonio que va más allá de todo lo establecido por la Ley. Es
más, Jesús, con su propia voz y autoridad, anula la legislación judía nacida a
causa de la dureza del corazón, y toda legislación posterior al respecto, pues afirma
tajante y rotundamente: “lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Y
que nadie me quiera venir ahora hablando de las nulidades matrimoniales y que
si a quien paga se le da y a quien no paga no, que al igual que Jesús, no voy a
entrar al trapo.
Y también nos dice Jesús en
el evangelio que el Reino de los cielos es para los que son como niños. Los
niños eran algo totalmente de risa en tiempos de Jesús. De hecho, hasta la
pubertad, sobre los doce años, su padre los podía hasta vender como esclavos y
quitárselos de encima. Por eso Jesús, con su lapidaria frase “dejad que los
niños se acerquen a mi”, da una en todos los morros a las malas costumbres
israelitas; y afirma que el cielo es todo amor y se da a los que tienen el
corazón más grande. Mirad, el cielo no es un premio, es un regalo de Dios. Sólo
hace falta querer recibirlo con la sencillez de un niño y, por qué no, con la
misma ilusión con la que un niño recibe un regalo.
Pues que la Virgen María y
San José, nos ayuden para que no seamos tan duros de corazón y nos dejemos,
como los niños, abrazar y bendecir por Jesús, el enviado de Dios, que quiere
que hagamos de nuestras familias y nuestros hogares un trocito de cielo.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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