Como escuchamos en las lecturas de hoy, la palabra de Dios es siempre viva y eficaz, y penetra hasta lo más profundo del hombre que está dispuesto a acogerla. Y esta palabra es una palabra llena de sabiduría y de prudencia. Y es que buscar la sabiduría constituye la mejor cualidad del ser humano. Y para nosotros, la Sabiduría con mayúsculas tiene un nombre, que es Jesucristo.
Jesucristo que, como vemos en
el Evangelio, responde a aquel joven que le pregunta sinceramente qué hacer
para alcanzar la vida eterna lo que ha de hacer. Un joven que era buena
persona, pues cumplía los mandamientos de la Ley de Dios. Pero Jesús le pide
algo más. Le pide que deje todo y le siga. Pero el joven... No está por la
labor. Le pudo el dinero; y perdió la oportunidad de su vida de alcanzar la
verdadera sabiduría de la que nos habla la primera lectura. Le dijo “no” a
Jesús... Y se marchó triste. Fijaos, el Evangelio hace esa incisión. Se marchó
triste... Y un, detalle. De este joven
no sabemos ni como se llamaba. Sólo sabemos que era un joven rico. Nada más.
Ya se dice que, cuando nos
marchemos al otro mundo, no nos llevaremos el dinero. Y es cierto. ¿Qué se
llevó este joven a la tumba? La verdad es que no lo sabemos. Ni sabemos como
fue el resto de su vida. A lo mejor cambió con el tiempo, y se dio cuenta de su
error, y lo enmendaría. O a lo mejor quedó con el corazón tan apegado al dinero
que acabó siendo un viejo egoísta y tacaño, rodeado de dinero pero viviendo
como un miserable para no gastarlo... Cada cual puede pensar lo que quiera.
Pidámosle, pues, a la Virgen
María, ahora que nos preparamos a la celebración de la fiesta de la Virgen del
Pilar que el corazón no se nos pegue al dinero y a lo que se compra y vende con
dinero; pues la salvación y la vida eterna no se pueden comprar.
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