El capítulo sexto del evangelio de Juan empezaba con la
euforia en torno de la persona de Jesús por el milagro de la multiplicación de
los panes. Ya no queda nada de aquella aclamación de masas. Llegados al final
del capítulo, el Maestro está a punto de quedar solo y abandonado.
Y es que, como decían aquellos discípulos que le
abandonaron, su modo de hablar era duro, y era muy difícil hacerle caso. Por
eso, hay tres aspectos que me gustaría que tuviéramos hoy en cuenta:
El primero: para seguir de verdad a Jesús, es necesaria la
fe. Y la fe es un don de Dios. Ya dice Jesús mismo que nadie puede ir a Él si
el Padre no se lo concede. Por ello mismo, tenemos que pedir constantemente
para nosotros, y también para los demás, el don de la fe, para ser capaces no solo
de seguir a Jesús, sino también de entender sus palabras y confiar en Él a
pesar de todo.
Segundo: La necesidad de la Eucaristía en nuestra vida.
Muchas veces, nos encontramos con personas que dicen que no necesitan comulgar
para ser buenos cristianos. Bueno. Pues hoy el mismo Jesús dice que eso no es
así, ya que afirma tajantemente que si no comemos la carne del Hijo del hombre
y no bebemos su Sangre, no tendremos vida en nosotros. Y eso no lo digo yo ni
lo decimos los curas. Eso lo dice el mismísimo Jesús en el Evangelio. Pero
tengamos presente que no se puede comulgar de cualquier manera, pues como
afirma san Pablo, quien comulga indignamente come y bebe su propia condenación.
Y el tercero: Vemos que ya, desde el principio, hay seguidores
de Jesús que dejan de seguirle porque su modo de hablar es duro y exigente. Hoy
muchos dicen que la Iglesia debería rebajar el listón, porque si no se quedará
sola y sin seguidores. Pues bien. El mismo Jesús estuvo a punto de quedarse
solo. Pero no retiró ni una sola coma de todo lo que había dicho, ni una. Y
solo quedaron junto a Él los doce apóstoles, uno de los cuales, por cierto, le
traicionaría después.
Conclusión: Seguir a Jesús sin fe es imposible. Necesitamos
el don de la fe. Y necesitamos constantemente pedir a Dios que nos lo conceda y
nos lo renueve. Porque sin fe, no podremos reconocer a Cristo presente en la
Eucaristía, ni podremos descubrir en sus palabras las palabras de salvación y
de vida eterna que nos ofrece. Es más, sin fe, seremos incapaces de confesar
que Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre.
Pidámosle, pues, a la Virgen María, que abramos nuestro
corazón al Señor, el único que tiene palabras de vida eterna, y que
fortalecidos con el alimento de la Eucaristía, le sigamos cada día con mayor decisión.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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