En la segunda lectura de este domingo, el apóstol Santiago
–el menor- nos invita a escuchar la Palabra de Dios con docilidad y a llevarla
a la práctica. Por eso que siguiendo las recomendaciones del Apóstol cabe
preguntarnos con qué disposición escuchamos la Palabra de Dios y si nuestra
vida está guiada por lo que Dios nos dice, o más bien por nuestras opiniones o
costumbres.
Porque muchas veces nos puede pasar, y de hecho, nos pasa,
que nos quedamos de la Palabra de Dios con lo que más nos gusta, y nos
excusamos con que eso es lo realmente importante. Pero la cosa no es así. Porque en el seguimiento de Jesús no hay un
término medio. Si somos discípulos de Jesús, es necesario asumir todas las
consecuencias. No podemos ser la Iglesia de los puros, de los correctos, de los
mejores, porque no fue así como Jesús eligió a sus discípulos. Pero eso tampoco
nos excusa a que no procuremos e intentemos ser siempre mejores, y a que
reconozcamos nuestros defectos y pecados y le pidamos perdón sacramentalmente
por ellos a Dios.
Mirad, el mismo Moisés, en el libro del Deuteronomio, en
sintonía con el evangelio, exhorta al pueblo a vivir con coherencia las
enseñanzas divinas: los mandamientos y la Palabra. Los mandamientos de la Ley
contienen gran sabiduría, reconocida por todos los pueblos.
Por eso que Jesús se opone a un culto que sea solo externo,
sin transformación del corazón; y rechaza también las costumbres tradicionales
que no tienen nada que ver con Dios. Eso nos tiene que mentalizar de darnos
cuenta de que, o mejor dicho de quien mueve y sostiene realmente nuestra fe.
Porque si nuestra fe no se sostiene en Cristo y en su doctrina transmitida a lo
largo de los siglos por la Iglesia, sino que se basa en cosas meramente
externas y cambiantes, como el poner una cruz o un santo aquí o allí, o que se
diga la Misa en castellano o en latín, o en cosas por el estilo –que nos pueden
gustar o no, y saber bueno o no- ..., pues malamente vamos.
Pidámosle, pues, a la Virgen María, que sepamos seguir fielmente
la voluntad de Dios. Que cumplamos su mandatos y decretos, y, sin olvidarnos de
la importancia que tienen los gestos externos, y de la fidelidad a ellos, adoremos
a Cristo con todo nuestro corazón.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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