Hoy día oímos mucho –bueno, lo hemos oído desde hace tiempo-
el «yo en Dios creo, pero en los curas no». Bueno. Pues vale. Al mismo Jesús le
pasó eso. Por ser Él, los de su pueblo no quisieron creerlo. Y es que tanto los
profetas, como los apóstoles, como el mismo Jesús son víctimas de la
incomprensión y de la tozudez de los hombres, porque sólo ven en ellos a
hombres débiles, a los que consideran incapaces de ser portadores de la palabra
de Dios.
Ya vemos, por tanto, que tanto ayer como hoy, somos un pueblo
de dura cerviz y corazón obstinado. Pero, por suerte, Dios no abandona ni a su
pueblo ni a sus profetas. Así, el pueblo reconocerá que hubo un profeta en
medio de ellos, el apóstol descubrirá que en medio de sus debilidades se
manifiesta el poder de Dios y Jesús, con su predicación y sus signos, quedará
acreditado como la definitiva Palabra de Dios al hombre.
Mirad: Dios, a lo largo de la historia de la Salvación, ha
querido comunicarse con la humanidad a través de mediaciones humanas, a veces
débiles e imperfectas, pero que, precisamente por eso, han sido capaces de
mostrar toda la fuerza de Dios. Y estas personas no siempre han sido aceptadas,
empezando, como hemos vemos en el evangelio, por el mismísimo Jesucristo.
Por tanto, si de verdad queremos ser seguidores de Jesucristo,
tenemos que pedir a Dios que limpie de nuestro corazón las actitudes de orgullo,
vanidad y de soberbia que nos impiden ver que personas de nuestro entorno han
sido “tocadas” por Dios para ser mensajeros de su buena noticia de salvación.
Vamos a pedirle, pues, a la Virgen María, que nuestra fe sea
limpia y sincera, y que nos ayude a descubrir la voz de Dios en la Iglesia, y a
saber diferenciarla de voces de sirenas que no tienen otra intención que confundirnos y apartarnos
de Él y de su camino.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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