Las lecturas de la solemnidad de san José nos
ayudan a comprender el sentido y la importancia del patrono y protector de la
Iglesia, de cuyo patronazgo celebramos los 150 años en este año especial
dedicado a San José por el Papa Francisco.
La primera lectura nos lleva inmediatamente a
pensar en la paternidad de san José; una paternidad que durará para siempre,
pues hasta hoy ha llegado la nueva incorporación de hijos a la Iglesia. Vemos
como Dios juró a David que su linaje sería perpetuo y que edificaría su trono
para todas las edades. Esa promesa del profeta Natán al rey David, se ve
cumplida en la descendencia espiritual de Cristo. Fijémonos, por tanto, que ser
padre no se reduce a transmitir la herencia biológica a la siguiente generación,
sino sobre todo en entregarse a ese hijo a quien transmite una forma de ser
persona, a quien inicia en las cosas de la vida, por quien siempre está
dispuesto a hacer todo lo que esté en su mano. Cuántas veces decimos: «esa
persona ha sido para mi un auténtico padre» cuando alguien que no es familia
nuestra, o incluso un padrastro, por poner un ejemplo, nos ha tratado, cuidado
y querido como si fuéramos hijos suyos de su misma carne y sangre,
preocupándose por nosotros en todos los aspectos.
Pues bien, san José es, por eso mismo, padre de
Jesús porque le ayudó a entrar en relación con las cosas y las personas. Le
ayudó a rezar, a desarrollar un oficio, a saberse parte de una familia, signo
del amor que Dios Padre tiene por Él. Mirad, «educar» viene del verbo «educare»,
que significa «sacar desde dentro, traer a la luz, dejar salir lo que está
todavía en germen». Y fue precisamente través de la relación con san José, como
Jesús pudo hacer evidente todo lo que era y de dónde venía. Y es que la
condición humana exige que otro nos ayude a descubrir quiénes somos en
realidad, cuál es nuestra verdadera identidad. Solos no podemos.
Un padre, un maestro, no puede generar si a su vez
no es generado por otro. Por eso el evangelio de san Mateo comienza con el
último eslabón de la genealogía de Jesús, recordándonos que san José es fruto
de toda una tradición e historia que él ha recibido y, a su vez, transmitirá a
su hijo. No podemos dar nada que antes no hayamos recibido. Por eso hoy es
necesario que las personas, en todos los aspectos de la vida, tengamos
auténticos maestros. Padres maestros, padres educadores, padres responsables...
Porque un padre, a fin de cuentas, por muchas broncas que podamos tener con él,
no deja de ser nunca, en circunstancias normales, un punto de referencia y
apoyo.
Y, como no, no podemos olvidarnos de que la fiesta
de san José nos invita de modo especial a rezar por las vocaciones
sacerdotales. Hacen falta sacerdotes. Tenemos pocos sacerdotes a nuestro
servicio. Necesitamos pedir más vocaciones sacerdotales para la Iglesia en
general y para nuestra diócesis en particular, tan necesitada de ellos. Un
sacerdotes no sale de debajo de las piedras ni se hace solo. Necesita de
nuestra oración, de la oración de todo el pueblo de Dios, de nuestra ayuda, y
de nuestro afecto y cariño.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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