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domingo, 16 de agosto de 2020

REFLEXIONES DE LA PALABRA (CDLXII). Domingo XX del Tiempo Ordinario

El mensaje que nos transmiten las lecturas de hoy es muy claro, y es el de que Dios se nos ofrece a todos los pueblos, a todos los hombres y mujeres y nos llama a la salvación. El mensaje que en la primera parte de la Biblia parece destinado únicamente al pueblo judío es, como se encargará de transmitirnos y corroborar Jesús, un mensaje universal.

Y así lo muestra ya, en primer lugar, el profeta Isaías, cuando en la primera lectura nos dice que la salvación es para todos y que Dios atrae hacia a su monte santo a todos los extraños, para escuchar su oración en su casa, que se llamará “casa de oración” –fijaos, eh, “casa de oración”,  y no “casa de conversación” –, que es en lo que a veces parece que se han convertido las iglesias, de lo que charramos en ellas.

San Pablo, por su parte, en la segunda lectura, remarca esta idea de la llamada universal a la salvación al expresar que Dios se compadece de todos, de los que le obedecen y de los que no le obedecen ...

Y es el evangelio el que nos presenta un ejemplo concreto, el de la mujer cananea que se acerca a Jesús a pedir la curación de su hija, y que después del encuentro con Jesús alcanzó su petición, convirtiéndose así para todos en un modelo de fe. Por eso, el relato evangélico de hoy debe ser un espejo donde ver la actitud valiente y decidida de aquella mujer para que en todo peligro, necesidad, enfermedad o angustia acudamos sin dudar a Jesucristo, quien tiene el remedio y la salvación para nuestras limitaciones. Aunque nos parezca que Dios nos deja de lado y no nos escucha, nosotros no debemos de dejar de acudir a Él. Fijaos como el milagro de la narración evangélica no radica solo en la curación de la hija de la cananea, sino en probar la fe de aquella mujer que no se desalienta, que insiste, que no abandona a pesar de que la respuesta a su petición no se ve lo fácil y rápida que había imaginado.

Hoy es un día para que sepamos recuperar el auténtico sentido de la oración de petición a Dios, una oración que no tiene que ser superficial ni exigente, una oración que no debe buscar eficacia al instante, sino que debe ser una oración confiada y paciente, que nos haga conscientes que siempre tenemos derecho a las migajas de la mesa del Señor.

Que la Virgen María, desde el cielo, nos ayude a vivir con apasionamiento y valentía nuestra fe y, si nuestra fe es débil y vacilante, nos ayude con su ejemplo a aumentarla y fortalecerla.


Mn. Ramón Clavería Adiego;

Director espiritual de Abril Romero.

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