
Y es que lo que a los ojos humanos parecería un
fracaso, Jesús, desde la perspectiva de Dios, lo vive como un éxito; porque los
que tienen el corazón lleno de sí mismos, de bienes materiales o de sabiduría
en lo humano, muchas veces, se cierran a Dios. Y si uno se cierra a Dios, no
podrá comprender y alcanzar la nueva vida. Y ese es el gran problema de muchas
personas de hoy día de todos los niveles de la vida y de la sociedad tanto en
la cultura, como en la política, como en la economía... que proclaman su
ateísmo sin tapujos, porque, no me podéis negar, que hoy día lo que se lleva es
decir que se es ateo o indiferente; que hay gente tan pagada de sí misma y que
se ha puesto a sí misa en el centro de todo, y que todo gira en torno a su ego,
que para ellos es imposible dejar un hueco en su corazón para Dios.
Por eso que las palabras de Jesús se iluminan este
domingo con la primera y la segunda lecturas, que nos invitan a dos actitudes
fundamentales en nuestra vida cristiana, que tienen que ser la humildad y
conversión. En la primera lectura, por ejemplo, vemos como el profeta Zacarías
anuncia la llegada de un rey modesto y sencillo, llamado a establecer un orden
de paz en todo el mundo. Pues bien, en el Evangelio vemos cumplido este anuncio
profético en Cristo, que enseña los misterios del Reino a los sencillos de
corazón, y les invita a encontrar en él alivio y descanso cargando con su yugo.
¿Y en qué consiste el yugo de Cristo, que en lugar de pesar, aligera, y en
lugar de aplastar, alivia? Pues mirad, el yugo de Cristo es la ley del amor.
Decía Benedicto XVI que el verdadero remedio para las heridas de la humanidad
es una regla de vida basada en el amor fraterno, que tiene su manantial en el
amor a Dios, y que por eso es necesario abandonar el camino de la arrogancia y
de la violencia empleada para ganar posiciones de poder cada vez mayor y
asegurarse el éxito a toda costa.
Pues bueno... Ahora tenemos que ser nosotros, sus
discípulos, quienes llevemos a la práctica las enseñanzas de Jesús sobre la
mansedumbre y la humildad... Y el mejor ejemplo que tenemos es el de la Virgen
María. Acudamos a Ella con confianza, pidiéndole saber descargar en Cristo
todos nuestros agobios y preocupaciones.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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