
Pero por otro lado, y ese es el tema principal de las
lecturas de hoy, la liturgia de la Palabra de hoy nos quiere invitar a la
generosidad; a tener un corazón abierto con los demás; a ser acogedores y
hospitalarios... Mirad, la hospitalidad es una de las características más
destacadas de los pueblos de Oriente, y muchas veces es alabada en la Sagrada
Escritura; y Dios nunca la ha dejado sin recompensa. Fijaos, por ejemplo, en la
primera lectura, una mujer que acogía con gusto al profeta Eliseo en su casa, y
que con su marido, le preparó un espacio para que el profeta pudiera quedarse
con ellos cada vez que fuera por aquella ciudad. Esta acción no quedó sin
recompensa, y ante tanta generosidad, Eliseo se sintió obligado a hacer algo
por ella, y ante la mayor carencia que podía tener una familia de aquella
época, que era la de no tener hijos, el profeta le anuncia que tendría un hijo.
Pues bien, Jesús todavía va más lejos, y afirma que quien
haga un favor tan pequeño como el de dar un vaso de agua a un discípulo suyo,
no quedará sin ser recompensado. Y es que Dios no se deja ganar nunca en
generosidad y premia todo lo que hacemos sinceramente y de corazón por los
demás. Pero tenemos que tener claro, una vez más, que el seguir a Cristo exige
muchas veces renuncia, desprendimiento, incomprensión... Vamos, que seguir a
Cristo exige cargar con la cruz. Pero seguir a Cristo tiene también sus
pequeñas recompensas en esta vida, recompensas no precisamente materiales, sino
recompensas que colman el alma de gozo, y con creces.
Pidámosle, pues, a la Virgen María que sepamos descubrir a
Cristo y acogerle en cada uno de nuestros hermanos, sabiendo que cualquier
gesto de acogida, por pequeño que sea, no quedará nunca sin recompensa.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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