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La Virgen de la Cabeza en traslado, a su paso por la calle José María González, en Andújar. 2009 |
Érase aquel último domingo de abril, silencioso, solitario.
Las lágrimas de la Virgen pintaban de gris aquel cielo tormentoso y oscuro.
Como un rayo de luz, el niño de la Virgen irrumpió en el
camarín de su madre. Emocionado y feliz comenzó a decirle:
“Mamá, ahora entiendo por qué me dijiste que nunca tenemos
que perder la fe en nuestros romeros.
Los pajarillos de la sierra me han dicho
que han estado en Andújar estos días, y han podido ver cómo se llenaban los
balcones de colgaduras. El jueves de romería, los mismos balcones se adornaron
con flores de papel y nos hicieron una ofrenda desde sus casas. El viernes de
romería, la gente estaba cantando en sus salones y patios, en familia, y
escuchando la Morenita. Y hoy mamá, domingo de romería, nuestros romeros están
rezando. Esperándonos. Recordando cada momento en el que nos han tenido cerca.
Cada momento vivido. Esperanzados en que nos volveremos a ver”
Sin esperar respuesta de su madre, el niño de la Virgen
volvió a hablar:
“Mamá, quiero volver a Andújar. Quiero volver a jugar con
esos jóvenes niños tamborileros, ver cómo airean esas banderas de medio metro,
mientras que tú hablas con los abuelitos y curas a la gente enfermita que tan
mal lo está pasando.”
La Virgen, le dijo al niño entre lágrimas:
“Hijo mío, qué más me gustaría a mi, que poder ir a Andújar
a ver a todos mis romeros que están enfermitos, mayores, ver a mi pueblo...
pero nosotros no nos podemos mover de aquí solos.”
Jesús, inocente, cabezota y que nunca se rendía le dijo a su
madre:
“Y qué necesitas para poder bajar a Andújar mamá? Yo te lo
buscaré”
La Virgen, melancólica le respondió:
“Los fuertes hombros de mis anderos que aguantan cada noche
debajo de mis andas, que montan firmes cadenas por los senderos y cuestas para
poder llevarnos son mis pies. Mis romeros, que me acompañan andando y cantando
con sus voces que alegran toda la serranía son mi voz. Mis cofrades, de todos
los confines del mundo que tantas labores realizan cada año, incansables, son
mis manos. Y mi pueblo... mi pueblo que espera impaciente que llegue cada año
abril... mi Andújar... mi Andújar son mis ojos. Los ojos de la fe”
Pensativo, Jesús miró a la sierra, y levantándose corrió a
un establo cercano de donde sacó un borriquillo.
Atónita, la Virgen no podía entender lo que pretendía su
niño con un viejo borriquillo, y antes de que pudiera preguntar, Jesús le dijo:
“Mamá, ya te dije que nunca iba a dejar que estuvieras
triste, y si tengo que traer a nuestros romeros aquí para que puedas volver a
caminar por tu sierra, por tus caminos, hasta llegar a nuestro pueblo, así lo
haré.
Te prometo que cuando todo esto pase, Andújar volverá entre
barullos, cantes, palmas y lágrimas a por nosotros. Confía en mi. Un
borriquillo no puede con los dos pero sí podrá conmigo que soy pequeño y peso
poco”.
Y ataviado con un traje de corto y una gorrilla campera,
arreando a su borriquillo Jesús bajó a Andújar, y entró en cada casa, como un
torrente de vida, llegando al corazón de cada romero, cada cofrade, cada hijo
de María, y llenándolos de vida, fe y esperanza, llenándolos de pureza, de luz,
y animándolos a emprender de nuevo caminos con Ella, en hermandad, como antaño
se vivía...
Y en un mar de corazones, cargada en los hombros de cada uno
de sus hijos, acompañada de guitarras y voces rotas llenas de vivas, María
Santísima de la Cabeza y su bendito niño, travieso, valiente y portador de la
fe, volverán a bendecir veredas, en una nueva primavera donde toda esta guerra
habrá terminado y donde regresarán a aquella tierra entre olivos, a su humilde
pueblo, siempre lleno de promesas... Tu pueblo madre, el que nunca perdió la fe
en ti... Andújar te verá caminado por sus calles Madre, y ahí estaremos todos
tus hijos para verlo... Contigo, por ti y siempre....
VIVA LA VIRGEN DE LA CABEZA
Autora: Alba González.
ABRIL ROMERO
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