El misterio de la Navidad nos deja sin palabras. El misterio
de la Encarnación es tan grande y tan profundo que no tenemos palabras para
explicarlo.
Hoy la Liturgia nos lleva a Belén, junto al pesebre, donde
reposa el divino Rey y reafirma que todo el misterio de la salvación se funda
en el Nacimiento de Cristo según la carne; y nos invita a contemplar la gloria
de Dios y vivirla desde la esperanza y con alegría. Y es que la gloria de Dios es aquel Niño que ahora
contemplamos en el pesebre, acompañado del amor de María y José. La gloria de
Dios es Jesús, hombre como nosotros, carne de nuestra carne. La gloria de Dios
es la paz, la vida, la esperanza para la humanidad entera. Porque Dios nos ama
con un amor inmenso.
Por eso, hoy podemos
decir que nuestra historia tiene, desde ahora, un destino feliz, un final lleno
de esperanza. Aunque experimentemos constantemente la debilidad, la tristeza y
el fracaso, la presencia de Dios entre nosotros nos debe llenar de alegría;
pues la Navidad es tiempo de música, de sonrisas, de abrazos, de palabras
llenas de cariño... y no porque sea moda, sino porque lo exige la presencia de
Dios a nuestro lado. Manifestemos nuestra alegría que debe ser el marco donde
vivir como creyentes la Navidad. No podemos celebrar de otra manera la llegada
de Dios a nuestro mundo. Radiantes, gozosos, contentos de que Dios se digne
hacerse como nosotros y quiera compartir nuestra vida...
Abrámosle nuestra
vida para acogerlo, abrámosle nuestra familia para que forme parte de ella,
abrámosle nuestro corazón para que lo llene con su presencia de amor.
Acojámoslo con sonrisas y cánticos. Digámosle: Bienvenido a nuestra casa,
bienvenido a nuestro corazón.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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