En estos días, que dan paso al otoño se abren momentos mágicos para disfrutar de nuestras sierras. Concretamente estos días son tal vez los mejores para complacerse con sublimes instantáneas que nos regala la sierra de Andújar.
Ahora, la climatología, el ambiente, la antigua simiente nativa de las lomas y los valles, de las umbrías y solanas, de los graníticos peñascos, de las lastras pizarrosas, de los bosques adehesados de encinas y alcornoques, de los humedales con quejigos, de las aguas plateadas del Jándula y del Yeguas, se confabulan para entonar un poema milenario de efusión natural. Oníricos versos aquí y allá que zarandean la gran diversidad de estos paisajes para mostrárnoslos en toda su plenitud, con una luz que es metáfora de todo un universo serrano. Pareciera que en estos días inunda los pentagramas de la geografía la alegre melancolía del sonido de un violonchelo que acaricia un ámbito de satén, de fino hilo, y encaje. Compases de purezas que se posan en esa alacena interior de la armonía, a la que cotidianamente dejamos muy poco que le entre la luz. Ahora sí, cuando uno se adentra en el corazón del Parque Natural Sierra de Andújar, se palpa el cambio, una especie de milagro que nos llama a la emoción. Los montes los rasos y las riberas se destapan en este primigenio otoño como una brisa que encandila suavemente. El otoño aquí es una sensual mujer, bella, apasionada, suave, seductora, bucólica, perfumada y tierna a la vez que decidida en sus afanes genéticos. Y te abraza, y musita palabras cautivadoras, y te besa. La luz se vuelve categórica, juega con el horizonte, en los reflejos de las aguas ya resueltas de los ríos, charcas y arroyos. Pasa de los tonos verdes que ganan en intensidad a los pardos, ocres, amarillos, naranjas y lo dorados más intensos, se vuelve biselada transparencia, odre encantado de vinos excelsos.
Aparecen las setas y bayas, se enciende el espíritu más legítimo de estos pagos. Trepida ese lienzo que va desde Peñallana a Madrona, que nos ofrece infinidad de rutas y oteros, regazos para un supremo encuentro con una grandiosa nómina de especies de vegetación y fauna, algunas impares. El visitante prosaico se quedará estos días en los flecos de la majestad del bramido de los ciervos, que inunda los horizontes serranos. Pero eso es sólo un escaparate popular; tras el cual una antigua llamada convoca a un orquestal y colmado retoñar de matices, voces, rumores, imágenes, músicas, reclamos, aleteos, pálpitos, que sacian al visitante más exigente.
La mañana se hace terciopelo y barrunta un océano infinito de querencias. Necesito vivir el otoño de la Sierra de Andújar, con su abanico litológico, con sus impares endemismos. Palpar la firmeza de sus cumbres laminadas. Acariciar su brioso porte vegetal. Llegar a imposibles enclaves por lastras hechas letanías, charlar con el viento en los pletóricos cerros, en los recogidos barrancos, escuchar la voz diáfana de este enclave natural, dejarme llevar por su admonición, tan etérea como infinita. Abrazar su cielo hondo. Necesito pisar, y sentirme, en estos parajes de aire puro y clima templado, y perderme sí, para hallarme y así encontrar lo sencillamente cardinal para vivir. Es el otoño en un mundo del que tanto tenemos que aprender.
Artículo: Alfredo Ybarra
Fotos: Gaspar Parras
CANAL ROMERO
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