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sábado, 22 de julio de 2023

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DCIX). Domingo XVI del Tiempo Ordinario



Siguiendo con la lectura del Evangelio de Mateo donde la dejamos el domingo pasado, nos encontramos hoy con que Jesús sigue hablando a sus discípulos en parábolas, utilizando ejemplos de la vida del momento y del lugar, ejemplos que en muchos lugares, sobre todo rurales, se comprenden a la perfección.

De esta manera, la primera lectura y el Evangelio de hoy, con la parábola de la cizaña, son una llamada de atención sobre la tentación que podemos tener de ser jueces de los demás. No lo neguemos. ¿Cuántas veces no hemos pensado lo mala que es esta o aquella persona y que se merece el infierno? ¿O cuántas veces, sobre todo en los pueblos, no hemos juzgado y dictado sentencia contra otro?

La suerte que tenemos es que Dios, el Juez con mayúsculas, no es así con nosotros; y lo demuestra sobre todo porque concede el arrepentimiento a los pecadores. Por eso que no tiene ninguna prisa por arrancar la cizaña de raíz, sino que deja que el tiempo pase. Y como el tiempo acaba poniendo a cada uno en su sitio, al final, el día del Juicio, se verá realmente quien es trigo y quien es cizaña. Mientras tanto, trigo y cizaña, bien y mal, gracia y pecado conviven en el mundo y dentro de cada uno  en nosotros.

Así pues, sabiendo que el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, como nos dice san Pablo, e intercede por nosotros con gemidos inefables, lo que tenemos que hacer es pedir a Dios, que es rico en misericordia con los que le invocan, que tenga compasión de nosotros y nos conceda el don de la conversión; porque todos, todos, necesitamos convertirnos. Por tanto, en vez de andar condenando a los demás por muy malos que puedan ser –porque la verdad es que gente mala en el mundo, haberla, la hay–, lo que debemos hacer es pedir a Dios que se apiade de ellos y les conceda el arrepentimiento y la conversión; porque, mirad, el mayor triunfo para la causa de Dios, el mayor triunfo, no es que los malos se condenen, sino que los malos se conviertan. Por eso no arranca la cizaña, sino que deja que crezca en el mundo junto al trigo. Ya llegará el momento de separarla. Pero mientras llegue ese momento, todos tenemos la posibilidad de cambiar.

Pidámoselo a la Virgen María. Pidámosle que nos mire con esos sus ojos misericordiosos, y acudamos a Ella, refugio de pecadores, rogándole que Dios, lento a la cólera y rico en piedad,  nos conceda ser buena semilla, y así, brillar un como el sol en su Reino.

Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.

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