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sábado, 7 de agosto de 2021

REFLEXIONES DE LA PALABRA

 


Vemos en la lectura del Evangelio de hoy como en la sinagoga de Cafarnaún continúa el largo discurso de Jesús sobre el Pan de Vida que empezamos a escuchar el domingo pasado. Y como casi siempre que Jesús habla con los judíos, salta la polémica. Hoy vemos que cuando dice «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo», los judíos manifiestan su incredulidad, poniendo en entredicho la persona de Jesús refiriéndose a sus orígenes absolutamente normales: «¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre ya su madre?». ¿Cómo puede decir Jesús que ha bajado del cielo? Murmuraban entre ellos porque había dicho que era el pan bajado del cielo, y se lo miraban con escepticismo porque no veían más que un hombre normal y corriente, hijo de una familia sencilla de Nazaret. Quizá lo podían aceptar como profeta o como hombre bendecido por Dios con el poder de hacer milagros. ¡Pero era evidente que no podía haber bajado del cielo!

Y es que para los judíos de entonces era tan difícil aceptar que un hombre como ellos, que ni había sido reconocido por las autoridades, viniera de Dios; así como lo es para nosotros que un bocado de pan, que ni lo parece –porque vamos a ser francos, las formas que utilizaos para la Misa, bien poco saben a pan-, se convierta en el cuerpo de Cristo. Pero aquí está la clave de la cuestión, en reconocer que Jesús es Dios y hombre verdadero, y que, por tanto, para Él nada hay imposible.

Pues bien: El mismo Jesús del Evangelio se hace presente bajo las especies del pan y vino eucarísticos. Y al igual que en la primera lectura vemos como el profeta Elías recibe del cielo alimento y el mandato de comer, porque el camino que tiene que recorrer es superior a sus fuerzas, nosotros recibimos de Dios la Eucaristía y el mandato de alimentarnos con ella, porque el camino que tenemos que recorrer para la vida eterna es también superior a nuestras fuerzas, y necesitamos la ayuda de Dios para llegar a buen fin. Por eso, comer el pan de vida, su Carne y Sangre, es dejar que Jesucristo continúe viviendo en nosotros para que continúe haciendo lo mismo que vemos en el Evangelio: dar vida al mundo para que el Reino de Dios sea cada vez más cercano.
  
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.

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