Aunque ya hace quince días
que acabamos el Tiempo de Pascua, la verdad es que hasta hoy no empezamos
propiamente los domingos del tiempo ordinario. Las solemnidades de la Santísima
Trinidad y del Cuerpo y Sangre de Cristo aún nos han hecho vivir -en cierta
manera- dependiendo del tiempo pascual. Ahora, que se han acabado las
solemnidades, el motivo de nuestros encuentros es simplemente porque es
domingo, que no es poco, pues cada domingo es Pascua.
Y el tiempo ordinario, cuya
traducción literal del latín «per annum» es «durante el año», no deja de ser un
tiempo especial, ya que en él seguimos caminando detrás de Jesús, empapándonos
de su Palabra y alimentándonos con su Cuerpo y Sangre.
Además, no podemos negar que
hoy a muchos la mirada se nos vuelve hacia uno de los santos más conocidos y
populares, que es San Antonio de Padua, quien arrancado de la comodidad que se
le ofrecía, de la vida fácil fue, como dice la primera lectura, plantado en lo
alto para ser referencia y ejemplo para la gente de su tiempo, y también para
la del nuestro, que por algo es doctor de la Iglesia, es decir, que sus
escritos y su doctrina, valen para los cristianos de todas las épocas.
Bueno, pues la figura de san
Antonio nos puede ayudar, en este domingo «ordinario», a percatarnos de que en
la vida de los discípulos de Jesús nada es «ordinario». Y nada es «ordinario»
por la sencilla razón de que todo está lleno de la novedad del Espíritu Santo y
todos estamos llamados a descubrir en ella la vocación a la santidad.
De esta manera,
redescubriendo la vocación a la santidad, a vivir en la amistad con el Señor
habitando en su casa, a pesar de la reciedumbre de estos tiempos llenos de
dificultades, colaboraremos para que este gran árbol, que es la Iglesia, siga
creciendo como la semilla de la parábola. De este modo, nuestra unión con el
Señor, hará crecer a la Iglesia hacia abajo, hundiendo sus raíces en Él, y
poder alimentarse de Él y de la savia de su Espíritu; y también la hará crecer
hacia arriba, extendiendo esas ramas que tienen tantas y variadas formas en la
vida de la Iglesia, para ser lugar de acogida, de encuentro y de unidad.
Que Santa María nos ayude,
pues, para que trabajemos por sembrar y hacer crecer el Reino de Dios,
esforzándonos en agradar a Cristo, porque, a fin de cuentas, a Él será a quien
tengamos que rendir cuentas –y de eso ninguno nos vamos a escapar-, y de quien
recibiremos el pago por lo que hayamos hecho en este mundo.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero
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