Este segundo domingo de Pascua recibe muchos nombres:
domingo de Quasimodo, domingo in albis, domingo de santo Tomás, Domingo de la
Divina Misericordia.... Pero el aspecto que a mí me gustaría destacar hoy es que
es un domingo de la Iglesia, un domingo de la comunidad.
Mirad, la resurrección de Jesús transforma
de tal modo a los discípulos que se crea una comunidad que sigue su
trayectoria. La primera lectura nos muestra como los creyentes están unidos por
la paz y la alegría, y como llegan, incluso, a compartir los bienes poniéndolos
a disposición de los que más lo necesitan. Es un modelo que tal vez deberíamos
revitalizar en nuestra Iglesia de hoy, donde muchas veces vivimos cerrados en
nuestra propia parroquia, pueblo, grupo... Y no miramos más allá, a otras
comunidades, e incluso a nuestra misma diócesis y a parroquias cercanas que
pueden pasar necesidad, no solo económica, sino a veces de personas que
trabajen pastoralmente ayudando al sacerdote en las diversas tareas a las que
él no puede llegar físicamente, como la catequesis, las celebraciones en espera
del sacerdote, e incluso, cuando en un pueblo la gente es muy mayor, en algo
tan sencillo como ir a limpiarles la iglesia.
Y en este ambiente de comunidad
es donde vemos en el Evangelio que se hace presente Jesús. En el Evangelio
según san Juan, es la primera aparición del resucitado a los apóstoles reunidos.
En ella vemos como el Jesús que se aparece es el mismo que ha sido crucificado,
pues aparece con las huellas de los clavos y la lanza. Y es que si el día de
Viernes Santo en la cruz mirábamos a Cristo atravesado en su corazón por una
lanza, y cómo de su cuerpo muerto brotó agua y sangres, hoy miramos a Cristo
glorioso, con las huellas de la crucifixión, con un corazón del que manan el
agua del Bautismo y la Sangre de la Eucaristía.
Y no podemos dejar de lado a Tomás,
quien de entrada no cree en lo que le dicen los demás. Tomás es el ejemplo de
tantos y tantos que, lamentablemente, van por libre y a su bola. No sabemos por
qué estuvo ausente durante aquella primera aparición, pero en él vemos a tantas
personas que no se fían del testimonio de la comunidad, del magisterio de la
Iglesia, y que piden pruebas para creer. Pero la comunidad no lo abandonó, no
lo dejó a su suerte. Seguro que le darían la tabarra para que no fallase a la
siguiente reunión.... Y lo hizo. Y ahí se encontró con Jesús, quien le tomó la
delantera y le invitó a creer. Esa confesión de fe de Tomás ¡Señor mío y Dios mío! es la confesión de quien expresa al
mismo tiempo el gozo y el arrepentimiento, la confianza y la esperanza, el amor
y el compromiso.
Que la Virgen María, nuestra
Madre, nos ayude para que seamos portadores de la paz de Cristo resucitado y a
que, como los apóstoles, seamos testigos de la resurrección viviendo la
misericordia del perdón de Dios y la misericordia hacia los demás.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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