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sábado, 10 de abril de 2021

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DVIII). Domingo II de Pascua


 
Este segundo domingo de Pascua recibe muchos nombres: domingo de Quasimodo, domingo in albis, domingo de santo Tomás, Domingo de la Divina Misericordia.... Pero el aspecto que a mí me gustaría destacar hoy es que es un domingo de la Iglesia, un domingo de la comunidad.
Mirad, la resurrección de Jesús transforma de tal modo a los discípulos que se crea una comunidad que sigue su trayectoria. La primera lectura nos muestra como los creyentes están unidos por la paz y la alegría, y como llegan, incluso, a compartir los bienes poniéndolos a disposición de los que más lo necesitan. Es un modelo que tal vez deberíamos revitalizar en nuestra Iglesia de hoy, donde muchas veces vivimos cerrados en nuestra propia parroquia, pueblo, grupo... Y no miramos más allá, a otras comunidades, e incluso a nuestra misma diócesis y a parroquias cercanas que pueden pasar necesidad, no solo económica, sino a veces de personas que trabajen pastoralmente ayudando al sacerdote en las diversas tareas a las que él no puede llegar físicamente, como la catequesis, las celebraciones en espera del sacerdote, e incluso, cuando en un pueblo la gente es muy mayor, en algo tan sencillo como ir a limpiarles la iglesia.
Y en este ambiente de comunidad es donde vemos en el Evangelio que se hace presente Jesús. En el Evangelio según san Juan, es la primera aparición del resucitado a los apóstoles reunidos. En ella vemos como el Jesús que se aparece es el mismo que ha sido crucificado, pues aparece con las huellas de los clavos y la lanza. Y es que si el día de Viernes Santo en la cruz mirábamos a Cristo atravesado en su corazón por una lanza, y cómo de su cuerpo muerto brotó agua y sangres, hoy miramos a Cristo glorioso, con las huellas de la crucifixión, con un corazón del que manan el agua del Bautismo y la Sangre de la Eucaristía.
Y no podemos dejar de lado a Tomás, quien de entrada no cree en lo que le dicen los demás. Tomás es el ejemplo de tantos y tantos que, lamentablemente, van por libre y a su bola. No sabemos por qué estuvo ausente durante aquella primera aparición, pero en él vemos a tantas personas que no se fían del testimonio de la comunidad, del magisterio de la Iglesia, y que piden pruebas para creer. Pero la comunidad no lo abandonó, no lo dejó a su suerte. Seguro que le darían la tabarra para que no fallase a la siguiente reunión.... Y lo hizo. Y ahí se encontró con Jesús, quien le tomó la delantera y le invitó a creer. Esa confesión de fe de Tomás ¡Señor mío y  Dios mío! es la confesión de quien expresa al mismo tiempo el gozo y el arrepentimiento, la confianza y la esperanza, el amor y el compromiso.
Que la Virgen María, nuestra Madre, nos ayude para que seamos portadores de la paz de Cristo resucitado y a que, como los apóstoles, seamos testigos de la resurrección viviendo la misericordia del perdón de Dios y la misericordia hacia los demás.

Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.

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