Bueno, pues al cabo de veinte siglos de haber sido sembrada
y acogida por los apóstoles y por los primeros cristianos fieles de Jerusalén y
Antioquía, la Palabra de Dios ha sido esparcida por todo el mundo y ha dado
frutos muy abundantes; pero también, en muchas personas y en varios ambientes,
ha quedado estéril, como quien oye llover.
Pero aunque el se malogre en algunas ocasiones, allí donde la
Palabra de Dios encuentra un corazón que la escucha, la acoge, y pone de su
parte, intentando que los obstáculos no la ahoguen, dará un fruto más que
abundante. Seguro que hay piedras que hemos
de limpiar, que hay pájaros que ahuyentar, que hay plantas que arrancar ... por
poder dar buenos frutos. Pero hemos de tener presente que la vida cristiana es
un esfuerzo por reflejar en nuestra vida aquello que Dios espera de nosotros. Y
no olvidemos tampoco que Dios siempre está ofreciendo su gracia para que la
semilla de su Palabra sembrada en nosotros salga adelante.
Por eso que la parábola del sembrador nos ha de ayudar no tanto
a ver lo negativo que hay en nosotros, sino todo lo contrario: a fijamos en las
posibilidades reales de una gran cosecha que Dios ha regado. Él, el sembrador, nos
ha destinado a dar fruto, y un fruto que dure.
Pidámosle, pues, a
la Virgen María, que sepamos despedregar nuestros corazones, para que la gracia
de Dios haga que el mensaje del Evangelio, que día tras día se anuncia sin
cesar a los cuatro vientos, penetre de verdad en nosotros, para que que
alcancemos la gracia de que rechazar lo que es indigno del nombre de cristiano y
cumplamos cuanto en él se significa.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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