
Pues bien. Jesús tiene su apodo. Tiene su casa. Es de la
casa de David. La casa más importante de Israel. Y esa pertenencia a la casa de
David le viene dada por san José.
Y es que, aunque no fuera su padre biológico, san José fue,
a todos los efectos, un auténtico padre para Jesús: le puso su nombre, lo ligó
a una casa, lo cuidó y lo quiso como un hijo, le enseñó un oficio, a ser
persona...
Y fijaos lo que dice el evangelio sobre san José: que era un
hombre justo. El hombre justo en el Antiguo Testamento es aquel que se deja
guiar siguiendo la Ley y la voluntad de Dios. Y la Ley no es estrictamente el
cumplimiento de los diez mandamientos, sino que es creer en el designio histórico
y moral de Dios sobre los hombres; el leer
los acontecimientos viendo en ellos la huella y la guía de Dios. El hombre justo
es aquel que sigue los caminos de Dios, de manera que su vida es anuncio de la
santidad de Dios y es un ejemplo para todos. El hombre justo ayuda, se
compromete con quien está en aprietos.
San José se convierte, pues, por antonomasia en el hombre
justo, en el servidor fiel y prudente en quien el amo tiene toda la confianza.
El evangelio nos muestra como, en medio de todas sus dudas, se fía de Dios,
cumple lo que le dice el ángel, se lía la manta a la cabeza y se lanza a la
aventura de formar una familia “especial” con María y con Jesús, manteniendo su fe y su amor en todas las
circunstancias, pasase lo que pasase.
Vamos a pedirle hoy
a San José que, en estos momentos complicados que nos está tocando pasar, sea
un ejemplo de fe y esperanza para nosotros, y nos ayude a confiar en Dios, que
no deja ni va a dejar de estar nunca a nuestro lado.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Canal Romero.
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