
Porque mirad, la resurrección de Lázaro nos habla de que
Dios es el Señor de la Vida, y que la muerte no constituye un límite para Él,
sino que tiene poder sobre la ella. Y ese poder quedará demostrada plenamente
con la resurrección de Jesús.
Las tres lecturas giran alrededor de esta idea. Ezequiel
describe, con la imagen de la reanimación, la reconstrucción de Israel, así el
pueblo tendrá una nueva vida; en el evangelio, como vemos, y por decirlo así,
es la voluntad de Jesús que reconstruye la vida de Lázaro; y la carta a los
romanos pide tomar conciencia del Espíritu de Dios que hay en cada uno, y por
eso es indispensable la conciencia de la fe.
Así pues, no se trata simplemente de creer en la
resurrección de los muertos que se producirá a su tiempo, sino de creer en la
persona de Jesús. En el evangelio está muy claro que la fe no está centrada en
el poder de hacer de Jesús, sino en su persona; el acento está en Él: «Yo soy»
nos dice constantemente. Y es que la buena noticia de Jesús es Él mismo y es a
través de Él que hay vida; por tanto, el que sigue a Jesús ha de reconocer y
confesar a Jesús como portador de vida en su plenitud.
En estos días, pues, en los que nos toca vivir cerrados en
casa, hemos de afianzar más nuestra fe en la persona de Jesús. Él es la resurrección
y la vida. Él nos sacará de nuestros sepulcros, de nuestros confinamientos, de
nuestro pecado, para que vivamos. No dejemos pasar esta oportunidad que Dios
nos da para volver nuestra mirada hacia Cristo y convertir nuestra vida.
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