Hoy, en este segundo domingo de Adviento, celebramos
la fiesta de la Inmaculada Concepción de María. Su recuerdo, su ejemplo, son sin duda una magnífica ayuda para seguir caminando
en la espera de la venida del Señor entre nosotros; pues la presencia de la Virgen María nos invita a esperar y preparar la
venida del Hijo de Dios como Ella lo hizo.
Y celebrar esta fiesta de la Inmaculada
en el tiempo de Adviento tiene que tener un significado muy especial para todos
nosotros, pues celebramos que la Virgen María, la madre de Jesús y madre
nuestra, fue preparada por Dios para ser la Madre del Mesías no heredando la
mancha del pecado original. Es decir, que María, desde el primer instante de su
existencia, es tal y como Dios había creado al hombre: totalmente santa. Y
además, por un privilegio especial de Dios, no cometió ningún pecado durante su
vida estando siempre libre de todo mal.
Y es que el mal es algo que está
presente en nuestro mundo. Y lo está desde el principio. La primera lectura nos
ha mostrado como fue aquel pecado de los primeros padres, quienes, engañados
por el diablo, quisieron poder estar por encima de Dios. Y por soberbios,
perdieron la amistad con Dios.
Sin embargo, Dios no ha dejado nunca
al hombre de lado ni lo ha abandonado, y la humildad de una joven de Nazaret,
llamada María, permite abrir la puerta al Salvador. Seguramente que escuchar el
relato del Evangelio de hoy sin fe, pues nos suene a un relato fantástico. Sin
fe no cuadra nada de lo que nos dice hoy Dios el Evangelio. Pero Dios es Dios y
rompe nuestras barreras, nuestros límites, nuestras posibilidades... Para Dios
nada hay imposible.
Por eso la celebración de hoy nos
tiene que llenar el corazón de esperanza en que todo es posible para Dios. Hoy
tenemos que pedirle a la Virgen María que nos enseñe a dejar que en nuestra
vida Dios sea Dios, a asombrarnos con sus maravillas, a dejarnos tocar con su
gracia...
Y no puedo dejar pasar por alto que la
Inmaculada es patrona de España. España ha sido llamada la tierra de María
Santísima. Hoy es un día para pedir por nuestra patria; para que los habitantes
de nuestra vieja piel de toro sigamos sintiendo nuestra vinculación con la
Virgen María y transmitamos a las siguientes generaciones el amor por la Madre
de Dios. Que Ella sea nuestra luz en la oscuridad, nuestra estrella en la noche
y sea en nuestra vida muestra de la ternura de Dios.
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