A lo largo de todo el año hemos ido celebrando a Cristo en
los misterios de su nacimiento, vida pública, pasión, muerte y resurrección...
Y hoy, último domingo del año cristiano, celebramos la solemnidad de
Jesucristo, Rey del universo; en la que celebramos que Jesucristo, el siervo
humilde que entregó su vida por nosotros, es nuestro Rey y Señor, nuestro único
salvador, digno de ser amado y seguido.
Por eso, y como no puede ser de otra forma, las lecturas
bíblicas de hoy tienen como hilo conductor la centralidad de Jesucristo, por
medio de quien y en vista de quien fueron creadas todas las cosas, y que es el
principio y el centro de todo.
Así pues, en la primera lectura, vemos como David, un
sencillo pastor, es ungido como rey de Israel. Pues bien, como David,
Jesucristo va a ser el Rey-Pastor que sale en busca de sus ovejas para
reunirlas en un solo rebaño. David lo hará con su astucia militar, Jesús lo
hará por medio de la sangre derramada en la cruz, muriendo por todos, porque
Jesús es el Rey y Pastor del nuevo Israel. Él es un Rey distinto a todos los
demás. No tiene un territorio sobre el que ejercer su dominio al estilo de este
mundo; no tiene un torno sobre el que sentarse; no tiene un código lleno de
normas... Y, sin embargo, Jesús es Rey; y su trono, como vemos en el evangelio,
es la cruz, desde donde sigue ofreciendo su salvación a toda la humanidad, como
se la ofreció al buen ladrón. Su corona, es una corona de espinas. Y su ley, es
el mandamiento del amor.
Y es que Jesús crucificado muestra que no es un rey o líder político
que garantiza el bienestar terreno. No. Jesús no se ha salvado a sí mismo de la
muerte en cruz. Ni tan siquiera nos libra a sus discípulos de la enfermedad y
de la muerte. Jesús salva nuestras almas. Nos salva de la ruina que supone el
distanciarnos de Dios. Él reina en el corazón de todos los creyentes que le han
seguido, le seguimos, y le seguirán a lo largo de todos los siglos; hasta el
momento en el que vuelva con gloria a juzgar a vivos y muertos, y se manifieste
con toda su majestad y esplendor como Señor de cielos y tierra.
Pidámosle a la Virgen María que
todos abramos la puerta de nuestro corazón a Cristo, y le dejemos ser el Señor
y pastor de nuestras vidas.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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