Como cada año, en estos últimos domingos del año litúrgico, al igual que en los primeros días de Adviento, la liturgia de la Iglesia nos invita a que
pongamos nuestra mirada en lo que se refiere al fin de los tiempos y a la
segunda venida del Señor.
Hoy, este anuncio del final de la historia se nos proclama con palabras que
parecen destinadas a alarmarnos, porque hablan de dolores y catástrofes. Pero
no debe ser así. Lo que Jesús nos anuncia es un mensaje de salvación: pase lo
que pase, vaya como vaya todo, Él ofrece la vida nueva de su Reino a todos los
que hayan querido seguir su camino. Las lecturas de hoy nos hablan, pues, de
nuestra vida actual, de la vida de todos los días: nos hablan de las crisis, de
las dificultades, del esfuerzo y la constancia que hay de mantener por encima
de todo; y nos invitan, al fin y al cabo, a seguir fielmente el camino del
Señor, en espera de la vida que él nos ha preparado; y son una enérgica llamada
a no vivir adormecidos. Dios nos ama, pero también nos exige fidelidad a su
amor hasta las últimas consecuencias. Y debemos ser conscientes de que esta
fidelidad puede acarrearnos problemas e incluso persecuciones. Y problemas y
persecuciones, los cristianos los hemos tenido siempre, y los tendremos. Pero
nos tiene que animar esa promesa de Jesucristo que nos dice que «con vuestra perseverancia
salvaréis vuestras almas».
Por eso, ante el pesimismo
tenemos que trabajar, tenemos que amar nuestro mundo y no abandonarnos, como
hacían los cristianos que san Pablo critica en la segunda lectura, como si el
mundo no tuviera solución. Es por esto que Jesús nos anima a no dejarnos
engañar por los falsos mesías y nos llama al discernimiento para saber dónde
está realmente el Espíritu del Señor. Es verdad que en tiempos de dificultades
a menudo aparecen salvadores espontáneos o profetas de doctrinas
pretendidamente liberadoras para dar respuesta a las situaciones duras de
nuestro tiempo. Pero Jesús nos advierte: «Que nadie os engañe». Y es que los
nuevos caminos de salvación no sirven y no son auténticos si no van en
consonancia con el Evangelio. Por eso que Jesús insiste: «No vayáis tras
ellos». La llamada, por tanto, es a vivir el Evangelio en todas las
dificultades con toda humildad. Y tengamos presente que sufriendo como
Jesucristo tendremos como premio la vida por siempre.
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