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viernes, 1 de noviembre de 2019

REFLEXIONES DE LA PALABRA (CDXIV). Conmemoración de todos los fieles difuntos



Resultado de imagen de cementerioEl mes de noviembre que acabamos de comenzar, nos invita a mirar y a pensar sobre lo caduco de nuestra vida mortal. Estamos viendo como las hojas de los árboles se secan y se caen... como, con el cambio de hora, se hace antes de noche... como todo se aletarga...
No en vano la Iglesia, desde hace más de mil años, dedica este mes de noviembre y, en concreto, este día de hoy, a rezar por los difuntos de un modo especial.
Y es que los cristianos creemos que la muerte no es el final. Es cierto que es un trance doloroso. Pero no deja de ser, por ello, una puerta abierta a la vida eterna junto a Dios y un reencuentro feliz y eterno entre todos los que dejaron este mundo en la paz de Dios. Por eso hoy llenamos los cementerios de flores y adornamos las cruces con velas, para expresar nuestra fe en la vida eterna y en la resurrección, pues, el recuerdo de los difuntos, el cuidado de los sepulcros y los sufragios son testimonio de esperanza confiada; una esperanza arraigada en la certeza de que la muerte no es la última palabra sobre la suerte humana, ya que el ser humano está destinado a una vida sin límites, cuya raíz y realización están en Dios.
Es verdad que cuando hablamos de la muerte y del futuro que nos espera, la imaginación vuela, e incluso a veces puede jugarnos una mala jugada. También nos encontramos con que hay cristianos preocupados por cómo será el futuro con Dios, y viven esta realidad con duda, con miedo, con inseguridad... Pero la respuesta confiada y esperanzada la encontraremos si creemos en Dios como un Padre misericordioso, entrañable que no nos quiere dejar abandonados a nuestra suerte. Dios no es un padre despreocupado, o una madre permisiva; sino que nos propone una vida de felicidad: la vida en Cristo.  En nuestras manos está el decir libremente, con nuestra forma de vivir, sí o no a esa vida que Él nos propone.
Hoy no es un día para juzgar lo que hicieron en su vida los difuntos. Eso le corresponde única y exclusivamente a Dios, tengámoslo claro. Hoy es un día para rezar por ellos. Por todos. Pidamos, pues, por el eterno descanso de las almas de todos los difuntos. Pidamos por aquellos que conocimos y que quisimos. Pidamos por aquellos que tienen deudas pendientes con Dios, pues su vida no fue precisamente ejemplar, pero que, por la infinita misericordia del Señor fueron salvados. Pidamos también por todos aquellos que han muerto olvidados de la sociedad y de los suyos. Por todos aquellos que descansan en fosas comunitarias o en lugares abandonados, sin que nadie se acuerde ni se preocupe de ellos, y por los que nadie se acuerda nunca de rezar.
Que el Señor les abra a todos las puertas del paraíso, para que lleguen a aquella patria donde no hay muerte, donde permanece la alegría sin fin. Dales Señor, el descanso eterno, y brille sobre ellos la luz perpetua.

Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.

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