Aunque la fiesta de Todos los Santos la tengamos “invadida”
en el buen sentido de la palabra por el recuerdo de los difuntos, no por ello
es una fiesta triste, y mucho menos es una fiesta de fantasmas y de espectros,
como «halloween», que nos tiene invadidos desde hace días, y es algo extraño a
nuestra cultura. No. La fiesta de Todos los Santos es una fiesta de luz, una
fiesta pascual. Porque la Pascua es la victoria de Cristo sobre la muerte, y la
celebramos de forma solemne una vez al año y la recordamos todos los domingos.
Por eso también celebramos la pascua de la Virgen María, el 15 de agosto,
cuando recordamos que fue llevada al cielo en cuerpo y alma. Y hoy celebramos
la pascua de la Iglesia, en la que recordamos a todos los que han sido
salvados, a todos aquellos cuyas almas están ya en el cielo, junto a Dios.
Por eso que en una sociedad cada día más materialista, en la
que no hay espacio para la esperanza, en la que ya la mayoría de la gente no
cree en una vida más allá de esta, y muchas veces se cree en ideas peregrinas y
extrañas a la fe cristiana, cuando no diabólicas, esta fiesta nos invita a
saber que esta vida puede ser vivida de un modo ejemplar, movida por el amor de
Dios y a los hermanos, siguiendo el modo de vida que Jesús nos propone en las
bienaventuranzas, y llegar a formar parte de esa multitud con palmas de la que
nos hablaba la primera lectura, y disfrutar de una felicidad compartida, que es
la comunión de los santos.
Vamos a pedirle,
pues, a la Virgen María, Reina de todos los santos, que sepamos vivir y
convertir cada momento y circunstancia de nuestra vida en ocasión de amar a
Dios y a nuestros hermanos, viviendo el espíritu de las bienaventuranzas, y
llevando por todas partes la luz de Cristo, para poder ser también nosotros
llamados por nuestro Señor bienaventurados.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
Director espiritual de Abril Romero.
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