La palabra de Dios que escuchamos hoy la podríamos resumir
con la respuesta del salmo responsorial: «Si el afligido invoca al Señor, Él lo
escucha».
Y así, pues vemos como la primera lectura identifica al
afligido con el pobre y abandonado por quien Dios tiene predilección, mientras
que en la segunda lectura está personificado en San Pablo, quien está
encarcelado por el evangelio, y afirma como en su aflicción el Señor le da
fuerzas para predicar su mensaje salvador. Y es que Dios, aparentemente
silencioso, atiende las súplicas del oprimido y no desoye los gritos del
huérfano o de la viuda cuando repiten su queja... pues los gritos del pobre
atraviesan las nubes hasta alcanzar a Dios.
Pues bien, esta actitud de sencillez y humildad que
predomina en la liturgia de este domingo ha de ser una constante en la vida del
cristiano, y de un modo especial, en su participación en la Eucaristía, ya que
aquí se nos hace presente el acontecimiento salvífico que Dios nos ofrece
gratuitamente. No nos lo merecemos... Por eso, en la celebración de la
Eucaristía tenemos que ser humildes como el publicano del evangelio, que
reconoce que es un pobre pecador... está angustiado, acude a Dios y se abandona
en su misericordia. Sin embargo, a veces nos comportamos como el fariseo..., y pensamos que somos especiales. Mirad: los que participamos
habitualmente en la celebración de la Misa, tenemos el peligro de creer que
somos mejores que las demás personas. Según el fariseo, ni ladrones, ni injustos, ni adúlteros, y en no pocas
ocasiones, mejores que los que quizás rezan a nuestro lado cuando estamos en la
iglesia. Si vamos así, seremos como este personaje... estaremos satisfechos con
nosotros mismos, y convencidos de que, como ni matamos ni robamos no tenemos ningún
pecado. Y no nos enteraremos ni querremos enterarnos de que también nosotros
somos pecadores. Pero si de verdad somos realistas, tendríamos que intentar no
mentirnos a nosotros mismos. Es verdad que ante los demás podemos fingir y
aparentar todas las bondades, pero si tenemos un poco de sensatez, en nuestra
intimidad personal sabemos cómo somos, y qué somos.
La Eucaristía es el mejor momento para orar como el
publicano, el mejor momento para sentir nuestra pobreza ante el gran don del
Padre en su Hijo amado Jesucristo, Pan de vida y Vino de salvación. Que Santa
María, la Virgen, nos ayude para que salgamos de aquí justificados por la
misericordia y la bondad del corazón de Dios.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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