“Yo soy el Camino, la
Verdad y la
Vida”
Hoy ha sido un día en el que
todos los que formamos esa gran familia de devotos de la Virgen de la Cabeza nos hemos sentido de
alguna manera “tocados” y “heridos” por la noticia del fallecimiento del
Presidente de la Cofradía Matriz,
José María González, al que todos, cariñosamente, conocíamos como “El bollos”.
No pretendo aquí hacer un elogio, sino querer transmitir, desde mi condición de sacerdote, una palabra de aliento y esperanza. En primer lugar hacia Chumari, miembro del equipo redactor de Canal Romero; pero también hacia todos los que ante esta triste realidad nos planteamos interrogantes y nos preguntamos sobre el sentido de la vida. Cada año, cuando peregrinamos al Cerro por cualquiera de sus veredas, vamos haciendo un camino. Un camino que, aunque recorrido varias veces, siempre es para nosotros un camino nuevo. Un camino que nos hace sentir la belleza y la alegría de vivir. Un camino que nos pone en contacto con la naturaleza y el esplendor de la Sierra a finales de abril y principios de mayo, donde todo lo que contemplamos es verdaderamente vida. Un camino que tiene una meta: el Santuario de la Virgen de la Cabeza.
También nuestra vida es un
camino. Un camino que recorremos unas veces con ilusión, otras con tristeza. Un
camino que nos presenta momentos alegres y momentos oscuros. Un camino en el
que cada día se nos presenta como un reto ante el que enfrentarnos para dar lo
mejor de nosotros mismos. Un camino que tiene una meta, que es Dios. Y ese Dios en el que los
cristianos tenemos puesta nuestra meta, es un Dios que nos ha hablado por
Jesucristo. Ante la muerte de José María,
buscaremos todos palabras para animar a su familia, e incluso para encontrar
una explicación coherente a esta situación de la enfermedad y del dolor. Pero
Dios nos ha dicho ya su palabra definitiva. Una palabra que se ha hecho carne y
hueso. Una palabra que, como ya he dicho, se llama Jesucristo. Jesucristo, que
es el Camino, la Verdad
y la Vida.
Camino porque Él es quien nos
muestra el verdadero rostro de Dios. Dios que no es un ser lejano, sentado en
un trono sobre las nubes, mirando fríamente lo que nos sucede como si no le
importara. No. Dios, el verdadero Dios, es un Dios que está junto a nosotros, y
precisamente está junto a nosotros en los momentos más difíciles, como el Padre
que coge a su hijo pequeño en brazos cuando se ha caído o está enfermo y, sin
que el pequeño lo note, lo cuida y lo protege. Hoy Dios está también junto a
nosotros, que sentimos la pérdida de un amigo. Y ha estado también junto a José
María durante su enfermedad. Y por medio de nosotros, misteriosamente, está y
estará estos días junto a su familia, hablando en el silencio y acompañando en
el dolor. Dios sabe muy bien lo que es pasarlo mal, lo que es sufrir. ¿No
miramos el crucifijo, donde vemos a Jesucristo muriendo por nosotros?¿No
contemplamos las escenas de su pasión?¿No se sintió Jesús también en el
Calvario abandonado por todos? Él aceptó la muerte uno por todos para librarnos
del morir eterno; es más, quiso dar su vida para que todos tuviéramos vida
eterna.
Dios, desde luego, es quien no ha
abandonado nunca a ninguno que ha sufrido; sino que, al contrario, ha estado en
todo momento a su lado, misteriosamente, aunque nos pueda parecer lo contrario. Jesucristo es también la Verdad. Porque sólo Él, sólo Él
es quien nos puede salvar. La ciencia y el mundo han progresado mucho; todo va
a mejor, todo es más fácil hoy día. Pero la realidad de la muerte es algo de lo
que nadie escapa. Pero Jesucristo nos dice claramente que la muerte no es el
final. Que hay otra vida que Él nos tiene preparada para vivirla junto a Él.
Que es difícil de entender para nosotros, pero no por difícil, deja de ser
menos verdadera.
Y Jesús es la
Vida. Ante la muerte los cristianos no nos
ponemos a mirar como quien mira ante un precipicio. Como quien se aboca a un
vacío. Los cristianos creemos que la vida no termina, sino que se transforma.
Como dice uno de los prefacios de difuntos, la vida de los que creemos en Dios
no termina, sino que se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrena
conseguimos una mansión eterna en el cielo. Por eso hoy nosotros tenemos una
esperanza. Una esperanza basada en nuestra fe, y es que José María, “el
bollos”, vive. Y vive no sólo en nuestro recuerdo y en nuestro corazón; sino
que vive, sobre todo en las manos de Dios nuestro Padre, que lo habrá recibido
con ternura y con amor. Hoy os invito a todos a mirar el
futuro con esperanza, porque todos estamos llamados a la vida. Cristo ha
resucitado. Cristo está vivo y quiere que todos nosotros tengamos vida.
¿Y la Virgen, me preguntáreis?
Desde luego, no podemos en un momento como este olvidarnos de la Virgen. De su Virgen… mejor, de
nuestra Virgen de la Cabeza,
a la que contemplamos con la mirada puesta siempre en lo alto, mirando hacia el
cielo, hacia Dios, y que nos invita a todos nosotros a tener puesta nuestra
esperanza en Dios, que nunca nos defraudará. Lo repito e insisto: aunque nos
pueda parecer lo contrario, Dios nunca nos defraudará. Sepamos, como la Morenita, tener los ojos
puestos en el cielo, y tener, como Ella, a Jesús en nuestro corazón. A Ella le pedimos que, como Madre Santísima -os invito a todos a rezar un rosario por él-,
interceda hoy ante Jesucristo, su chocolatín bendito, por José María. Que le pida
a Dios que le acoja en las veredas del cielo, junto a tantos y tantos romeros
que han hecho el camino y han alcanzado su meta. Que le pida al Padre bueno que
perdone sus debilidades, sus fallos, sus errores, y que le permita ser feliz
para siempre en el gran Santuario del Cielo.
Amigo José María. El Cerro del
Cabezo ha sido para tí la antesala del cielo. Ahora has pasado el umbral.
Disfruta para siempre de la gran romería que no tiene fin, en compañía de
aquella por la que tanto has trabajado.
Hasta la Eternidad, José María.
Descansa en paz.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Canal Romero.
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